¿Recuerdan Mentes peligrosas, aquella película noventera sobre jóvenes conflictivos? Cojan a esa Michelle Pfeiffer ex marine que no era sino una versión cañera del Robin Williams de El club de los poetas muertos y quítenle ese aura de superioridad, su falso acercamiento a los adolescentes y esos discursos inspiradores de cartón piedra y quizá se empiecen a aproximar a la Grace que protagoniza esta película.
Destin Daniel Cretton pisa el peligroso terreno de las películas sobre jóvenes al borde de la exclusión social y sale victorioso haciendo de la sencillez su sello. Sencillez, que no simpleza. Quizá su primer acierto es situar la acción lejos del tan transitado instituto marginal y abrirnos las puertas de un centro de acogida para adolescentes en situación de vulnerabilidad. Ya dentro, Cretton nos presenta la rutina del lugar y las normas que rigen dicho microcosmos, todo ello con naturalidad, sin caer en dramatismos.
La cercanía que Brie Larson, protagonista con mayúsculas del filme, tiene con los adolescentes roza una familiaridad apoyada en la similitud que guarda con ellos. Gran acierto y motor real de la película, ese pasado traumático que Grace se resiste a revelar logra una empatía auténtica con los chicos a los que supervisa. Aquí no hay tutores que se ponen en cuclillas para dar consejos. Todos se miran de frente. Tomen Half Nelson y quítenle la perenne mirada al infinito de Ryan Gosling, para que empiecen a hacerse una idea.
Naturalidad y esperanza
Esa sabia idea de solucionar los problemas propios antes de intentar solucionar los de otros fluye durante todo el metraje. Grace debe erigirse como un obligado faro impertérrito a las tempestades, pero los traumas que guarda en su interior amenazan su día a día. Una olla a presión que puede estallar de un momento a otro. No es hasta que entra en el centro la joven Jayden que Grace asume que hay algo en ella que necesita cambiar. Paralelamente, la cinta aborda también ese miedo de los hijos a repetir los errores de sus padres, ese pánico a no tener escapatoria genética, como una condena ineludible.
Otro de los grandes aciertos de la película es la ausencia de moralina. No esperen largos discursos cargados de tópicos sobre cómo seguir adelante y luchar por los sueños. Los diálogos parecen haber sido depurados al máximo para eliminar cualquier artificio. Todo es pura naturalidad, a lo que ayuda la realización de Cretton, que recurre a la cámara en mano para acercarse sin que apenas lo notemos a la escena. El director se aleja de juicios manidos. Nadie señala a nadie.
Brie Larson brilla cargando sobre sus hombros con esa Grace llena de matices, papel que le ha valido un buen puñado de premios. En todo momento tiene presente que ha de mantener una fachada fuerte, sarcástica incluso, pero rota y vulnerable en el fondo. Sus compañeros de reparto no quedan a la zaga, desde la simpatía sin dobleces de John Gallagher Jr. a ese espejo de Grace que es Kaitlyn Dever.
Estas distintas caras de Grace llegan con la fuerte repercusión que tantos premios conllevan, pero con la discreción de una cinta pequeña, que no menor, que, además, redondea su conjunto dejando espacio a la esperanza. Merece la pena sentarse ante una de las propuestas más honestas que se pueden encontrar actualmente en cartelera.
Dirección y guion: Destin Daniel Cretton
Intérpretes: Brie Larson, John Gallagher Jr., Kaitlyn Dever, Rami Malek y Keith Stanfield
Música: Joel P. West
Fotografía: Brett Pawlak
Productoras: Cinedigm, Animal Kingdom y Traction Media
Distribuidoras: Good Films y La Aventura
Estados Unidos / 2013 / 96 minutos