Todo aquello alimentó la leyenda del artista que llega hasta nosotros como mucho más que un cineasta. David Lynch es un creador de múltiples y peculiares caras que convierte en diferente lo que toca, ya sean las notas disonantes de su música, el desasosiego que marca el discurso de su forma de hacer cine o el misterioso tono de una obra plástica difícil de encuadrar en movimiento o tendencia alguna.
Espíritu renacentista
Excéntrico donde los haya, Lynch, considerado por no pocos como autor de culto, no sólo es uno de los creadores cinematográficos más interesantes del panorama actual, sino que también, y desde un espíritu renacentista, ha desarrollado una labor intensa como guionista, productor, fotógrafo, pintor, dibujante y compositor de música.
Así se siente y se declara abiertamente él mismo: “Aunque generalmente se me considera un director de películas de cine, en realidad soy también escritor, músico, fotógrafo, dibujante de animación, escultor y grabador. No sé cual de estas facetas pesa más que las restantes porque cada cual adquiere su importancia dependiendo del momento y de la época de mi vida”.
Así pues, Lynch plantea la concepción de un universo propio a partir de distintas disciplinas. Considerarlo únicamente como un director de cine resulta netamente insuficiente y, como consecuencia, injusto.
Desde el arte
Nacido en Missoula, Montana, (EE.UU.) el 20 de enero de 1946, desde muy pronto encarriló hacia el arte sus preferencias y su actividad. Cursó estudios de Bellas Artes y de Arte Dramático en varias escuelas de prestigio de Boston y Filadelfia.
El proceso creativo de Lynch evolucionó de forma lineal, comenzó primero a dibujar y a pintar, después se centró en la fotografía para pasar a realizar trabajos artísticos relacionados con la cámara y el movimiento. En Filadelfia, y partiendo del arte plástico, descubre la que sería su gran pasión: el cine. Allí realiza su primer corto experimental, Six Figures Getting SickTras.
En 1964, con la intención de convertirse y ganarse la vida como pintor, se traslada a Europa. Pero a pesar de su idea inicial, el cine se impondrá en su forma de concebir el arte y Lynch filma una serie de cortos muy rompedores con lo que en aquel momento se rodaba.
Tras una serie de vaivenes, se embarca en 1977 en su primer largometraje, Eraserhead (Cabeza borradora), en el que trabaja durante cinco años. El filme es tan extravagante que prácticamente nadie le augura una buena acogida, pero gracias a un distribuidor que confía en el proyecto llega a convertirse en película icono. Esto le permite afrontar su primera producción para el gran público, El hombre elefante, que obtiene una enorme resonancia y logra varias nominaciones al Oscar, entre ellas al mejor director y a la mejor película. A este trabajo le siguen obras tan personales y reconocidas como Terciopelo azul, que supuso su segunda nominación al Oscar como mejor director, y Corazón salvaje, con la que obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Sin embargo, David Lynch se da a conocer al gran público con la serie de televisión Twin Peaks, que llega a ser un fenómeno de masas a principios de los años 90. Con Mulholland drive es nominado por tercera vez al Oscar como mejor director y lo logra. Pero de todo esto hablaremos más adelante.
Bacon y Dalí como referentes
A partir de mediados de la década de los 90, Lynch empezó a trabajar con todo tipo de soportes de impresión, en especial con grabados. A esta tarea se dedicó con enorme intensidad durante años. Su personalísima poética plástica está concebida desde la mezcla. Muchas de sus pinturas son intercambiables con planos de sus películas. La mayoría de sus obras participan de una misma idea: transgredir la normalidad a partir de abstracciones y laberintos narrativos. Las señas de identidad de su fecunda y cambiante producción permiten hacer una reflexión estética que tiene que ver con la visión que el autor tiene sobre el lado más oscuro de la condición humana. Su rostro más turbio. Sus sombras, su misterio; su mezquindad incluso.
El conjunto de su producción, –así lo manifiesta el propio artista–, también salda las deudas contraídas con algunos de sus referentes artísticos, como Francis Bacon, Edward Hooper, Jackson Pollock, Salvador Dalí o Max Ernst.
Cinco claves de cine
Y claro, David Lynch como gran cineasta. Su filmografía está caracterizada por una estética surrealista y, como ya se ha apuntado, por una obsesión permanente por explorar la cara oscura y turbia de la experiencia y la condición humana. Atmósferas inquietantes, personajes perturbadores e imágenes vanguardistas. Así fue desde el principio; así se plasma también en sus producciones más recientes. Ahí van cinco claves:
– Eraserhead (Cabeza borradora). Estrenada en 1977, es el primer largometraje de Lynch. De entrada: un padre atípico (hombre nervioso e inquietante que trabaja en una imprenta) y una novia errática que ha dado a luz, tras un complicadísimo parto, a un ser mutante. Los personajes habitan en un mundo en el que no llegamos a diferenciar con certeza qué es real y qué fantástico. Filmada en blancos y negros puros que reflejan un sórdido entorno de decadencia industrial, Eraserhead, que destrozaba los esquemas de la narrativa cinematográfica convencional, fue presentada por la revista Newsweek como “la más original película de horror jamás filmada”.
– El hombre elefante (1980). También rodada en blanco y negro, nos acerca a la espeluznante y conmovedora historia de John Merrit, un joven de 21 años gravemente desfigurado desde su nacimiento por una extraña enfermedad, el Síndrome de Proteus, que provoca gigantismo asimétrico, malformaciones en los huesos y diversos tumores que sobre todo afectan al rostro. El de Merrit, personaje que existió realmente –siendo la primera y única vez que Lynch realizó una película biográfica–, presenta los rasgos de un elefante. Atrapado en un grotesco espectáculo ambulante que presenta a criaturas deformes, el joven sufre el tormento de ser un deshecho social, hasta que un cirujano (Anthony Hopkins) le rescata y comprende que tras aquella apariencia monstruosa yace un hombre apacible. Acaso el guión más convencional del director fragua en una de sus propuestas más logradas.
– Blue velvet (Terciopelo azul). Después de realizar Dune, película de la que no pudo rematar la edición final, escarmentado, Lynch comprometió al productor Dino de Laurentiis para que le dejase manos libres y, desde esa libertad de acción, asumiese el coste de una película que llevaba años rondándole en la cabeza. Nace así en 1986 Blue velvet, –título que proviene de la homónima canción de Bobby Vinton–. Esta macabra exaltación de la sociedad estadounidense se convirtió pronto, pese a lo trasgresor del argumento, en una de las películas de misterio más reconocidas. Personalísima propuesta en la que suspense y terror gravitan sobre cada plano, vertebrando un lenguaje profundamente cinematográfico que arranca con el descubrimiento por un joven de una oreja cortada. La vida de aquel barrio residencial aparentemente tranquilo da un salto hacia el abismo. Cine Lynch en estado puro muy bien arropado por las actuaciones más que convincentes de Isabella Rosellini, sin duda en uno de los mejores papeles de su carrera, y Dennis Hopper. No son pocos los que consideran que estamos ante una de las obras de arte cinematográficas de la penúltima década del siglo XX.
– Twin Peaks (El diario de Laura Palmer). Tras el éxito de la serie de televisión, en 1992 el director realizó esta película en la que se narran los últimos días de Laura Palmer y las circunstancias de su muerte. El relato comienza cuando el cuerpo de una mujer de extraña belleza emerge de las aguas del río Wind. El caso es asignado a dos agentes del FBI que, sin hallar rastro del asesino, llegan a la conclusión de que volverá a matar. Un año después, la joven Laura Palmer lleva una doble vida en su localidad natal, la plácida Twin Peaks: de día es la reina del Instituto, de noche resbala hacia un espiral de drogas y prostitución. Twin Peaks adquirió también la dimensión reservada a las obras de culto. Revisitarla es confirmar que el paso del tiempo apenas afecta a las películas de Lynch.
– Mulholland drive. Rodada en 2001, fue el resultado de un proyecto de serie televisiva para la cadena ABC que finalmente fue rechazado antes de su emisión. Una nueva productora francesa se involucró haciendo posible aumentar los días de rodaje para transformar el episodio piloto en un largometraje con planos rocambolescos, iluminación hipnótica, decorados surrealistas y personajes muy peculiares que se debaten entre el delirio, lo grotesco y lo idealizado.
En la ciudad de Los Ángeles una mujer sufre un accidente automovilístico cuando está a punto de ser asesinada. Poco después, y en medio de fuertes episodios de amnesia, se instalará en un apartamento en el que coincide con una rubia aspirante a actriz. Con estos mimbres argumentales, el director nos presenta una de sus propuestas más arriesgadas, haciendo al espectador partícipe de sus sueños y compartiendo con ellos paisajes oníricos llenos de fuerza. Este recorrido hipnótico plagado de referencias eróticas le sirve a Lynch para, a través de la sutil manipulación de la realidad y de las estructuras narrativas, hacer sentir al espectador que él es el protagonista, el detective que tiene que desenmarañar todo el embrollo.
El Círculo de Críticos de Cine de Nueva York eligió por unanimidad Mulholland drive como la mejor película del año. Él se llevó el Oscar al Mejor Director.
A vueltas con el deseo
Atento a disciplinas diversas y desplegando sobrado talento en todas ellas, a sus 65 años David Lynch confiesa que el deseo sigue siendo la fuerza motriz y el denominador común de su actividad: “El deseo para una idea es como el cebo. Cuando pescas tienes que ser paciente. Cebas el anzuelo y luego esperas. El deseo es el cebo que atrae a los peces, a las ideas. Lo bonito es que cuando atrapas a un pez que te gusta, incluso aunque sea pequeño –un fragmento de una idea– ese pez te conducirá a otro pez y todos se engancharán en el primero. Ya está en marcha. Muy pronto se van acumulando cada vez más fragmentos y emerge el conjunto. Pero todo empieza con el deseo. Sin deseo no hay ni vida ni obra”.
Exposición relacionada:
David Lynch en La Coruña [1]
La Coruña. Action Reaction: El universo creativo de David Lynch. Sala Normal [2]. Paseo de Ronda, 47.
Hasta el 31 de mayo de 2011.
Esta exposición se complementa con la proyección de las películas de Lynch Cabeza borradora (5 de mayo), El hombre elefante (19 de mayo), Terciopelo azul (26 de mayo), Carretera perdida (9 de junio), Mulholland drive (16 de junio) y el documental sobre su vida y obra Blackandwhite (23 de junio).