Cofundador de la productora francesa Vycky Films y de la camboyana Anti-Archive, Chou ha dirigido los cortometrajes Cambodia 2099, presentado en la Quincena de Realizadores de Cannes, Expired y Davy Chou´s First Film. Por otra parte, su primer largo de ficción, Diamond Island, fue galardonado con el Premio SACD en la Semana de la Crítica de Cannes en 2016.
En su intensa actividad como productor destaca su colaboración con cineastas camboyanos, entre ellos Kavich Neang (White Building). También ha sido productor de la magnífica Onoda: 10.000 noches en la jungla [1] de Arthur Harari.
– ¿Cómo surge la idea de Retorno a Seúl [2]?
Cuando en el año 2011 fui a presentar mi primer largometraje documental, Golden Slumbers, al Festival Internacional de Cine de Busan, en Corea del Sur, me acompañó Laure Badufle, una amiga que quería mostrarme lo que ella llamaba “su país”. Laure nació en Corea del Sur y fue adoptada en Francia cuando tenía un año. Regresó a su país natal por primera vez a los 23 años y vivió allí dos años antes de volver a Francia. Pero antes de partir me advirtió: “No veremos a mi padre biológico coreano”. Su primer encuentro no había ido bien. Nos encontramos en Busan y, tras dos días en el Festival, me dijo: “Le he enviado unos mensajes a mi padre. Hemos quedado mañana en Jinju, a hora y media de aquí. ¿Me acompañas?”. Cogimos un autobús y me encontré comiendo con su padre biológico y su abuela. Fue una experiencia muy conmovedora. En sus intercambios había toda una mezcla de emociones, tristeza, amargura, incomprensión, remordimientos… Había incluso una dimensión trágico-cómica porque se notaba que eran incapaces de entenderse. Habíamos traído a una intérprete y tuvo muchas dificultades para traducir los ataques de ira de mi amiga y expresarlos con la cortesía que exigían las costumbres coreanas. Como esta situación me conmovió profundamente decidí que un día haría una película sobre aquello.
– ¿Hasta qué punto la artista y debutante como actriz Ji-Min Park, que interpreta a Freddie, la protagonista, participó en la composición de su personaje?
La conocí a través de Erwan Ha Kyoon Larcher, que es artista y coreano de adopción. Hablamos de la película y el personaje que le describí le hizo pensar en Ji-Min Park, así que me puso en contacto con ella. Es una artista plástica cuya obra es fascinante. Nació en Corea del Sur y llegó a Francia con ocho años. Obviamente quería a alguien vinculado a Corea, no sólo a una actriz de Asia Oriental, que es algo que se había sugerido al principio. Así que, para realizar el casting, conocí a bastantes personas de origen surcoreano que habían sido adoptadas. Escuché lo que tenían que decir y eso aportó mucho a la película. Pero cuando conocí a Ji-Min Park, que no es adoptada, me pareció la elección obvia. Nunca había actuado pero, de forma intuitiva e impresionante, fue capaz de alcanzar las emociones extremas, a medio camino entre la ultraviolencia y la ultravulnerabilidad, necesarias para el personaje de Freddie. Yo había trabajado en el guion durante tres años y con ella, como no era actriz profesional, me encontré cara a cara con la experiencia real de una persona coreana que había crecido en Francia. Durante el tiempo que pasamos preparando la película me puso realmente en un aprieto. Me hizo muchas preguntas e incluso fuertes críticas sobre el guion. Cuestionó la relación del personaje con la feminidad, el género y los hombres. Estas discusiones, a veces muy duras y que se alargaron durante varios meses, me obligaron a cuestionarme una serie de cosas. Me di cuenta de que mi posición de director de cine masculino posiblemente me había llevado a reproducir ciertos clichés. Ji-Min Park y yo nos hicimos rápidamente muy amigos y esta relación de confianza fue la base que nos permitió superar juntos ese periodo. Comprendí que tenía que cambiar de perspectiva y eso fue muy liberador. También me di cuenta de que la creación sólo podía darse en colaboración y en pie de igualdad con ella. El personaje de Freddie es fruto de ese esfuerzo común.
– ¿Cómo superaron los estereotipos de género que gravitan sobre lo que la película plantea?
Busqué la naturaleza del equilibrio de poder y dominación entre Freddie y los personajes masculinos, en particular con su padre coreano. La ira de Freddie también se debe a su necesidad de romper ese equilibrio de poder. Además había creado un personaje posiblemente más tradicional en cuanto a vestimenta y comportamiento. Son cosas que bloquearon a Ji-Min Park, que enseguida las vio como la reproducción de un punto de vista masculino. Junto a ella y la supervisora de vestuario, Claire Dubien, pensamos mucho en la estilización del personaje. Al final pensamos en la Furiosa de Mad Max: Fury Road, de George Miller. Poco a poco, el personaje de nuestra propuesta se fue convirtiendo en una guerrera. Freddie no tiene miedo a expresar su ira. A menudo es lo que le permite liberarse. Al resistirse, al crear una conmoción, obliga a la gente a reconsiderar su forma de ver las cosas. La veo como una especie de agente del caos que busca la vitalidad y el cambio que se deriva de ella. Tiene una mentalidad única y se enfrenta a sus miedos y ansiedades. También quería alejarme de lo que uno espera o imagina de la representación de los personajes asiáticos femeninos en el cine. A menudo son heroínas delicadas, cuyo carácter interior está oculto. En este caso tenemos un personaje explosivo que no es sólo una chica simpática sino que, además, va a contracorriente.
– ¿Por qué decidió seguir a este personaje durante una etapa tan larga, más de ocho años?
Siempre me han conmovido las películas que nos acompañan a través de historias vitales completas. En las tres partes de la película estamos con Freddie en un momento muy preciso de su vida. Estas capas sucesivas de la existencia dan profundidad a su personaje. Quería desafiar y resistirme a la idea más bien fácil de la autoaceptación como objetivo final. En cuestiones de identidad e integración uno se encuentra a menudo ante esa especie de trama de ficción simplona en la que, con el movimiento de una varita mágica, los personajes están de repente en paz consigo mismos. En las historias sobre adopción se podría pensar que el encuentro con los padres biológicos podría curar la herida. Sin embargo, en los relatos que he escuchado, ese encuentro suele ser el momento en el que empiezan todos los problemas.
– El paso del tiempo como una constante en sus propuestas, ¿por qué?
Si echo la vista atrás y reviso mis películas anteriores la idea del tiempo que se necesita para encontrar la distancia adecuada ha sido decisiva y creo que está relacionada con mi propia historia. Siempre me ha interesado el paso del tiempo… En mi documental Golden Slumbers me remonté a la edad de oro del cine camboyano en los años 60, cuando mi abuelo, al que nunca conocí, era productor de cine. Ya existía esa esquizofrenia entre un pasado muy diverso y el desconocimiento absoluto de ese pasado. En Diamond Island filmé a jóvenes de hoy que sueñan con la modernización pero actúan como si el genocidio nunca hubiera tenido lugar. Ahora, quizás inconscientemente, me topé con el tema de la distancia correcta que Freddie debe afrontar y tiene que encontrar en relación con su historia personal.
– La dificultad de comunicación entre los personajes se resuelve gracias a la música…
En la película, los diferentes idiomas, francés, coreano e inglés, se suceden y giran juntos, lo que retrata la imposibilidad de expresar realmente muchas cosas. Algo o mucho siempre se pierde en la traducción. La música compensa una parte de lo que se ve obstaculizado a causa del idioma. En un momento de la historia, el padre biológico de Freddie le hace escuchar una pieza musical en su teléfono. En la primera parte podemos sentir que es totalmente incapaz de comunicarse y que tiene muy poco tacto. Freddie, con razón o sin ella, se molesta y muestra su enfado por la forma en que él le echa en cara su pena. Cuando suena esa pieza musical para ella es como si él expresara todo lo que no ha conseguido decirle. En la película, la música es un punto de contacto entre dos personas, la protagonista y su padre biológico, separadas por una historia violenta e irreconciliable que consiguen por un minuto verse, tenderse la mano y comprenderse.
– A diferencia de la mayoría de las películas de viajes en las que las tomas exteriores son elementos clave, usted ha confesado que buscaba también una película de interiores, ¿de qué forma?
Así es. Quería una película de interiores que poco a poco se va abriendo al exterior. Eso también es consecuencia de mi propia experiencia. En Seúl pasamos mucho tiempo en interiores, en bares y restaurantes. Creo que esta evolución del interior al exterior que la película muestra retrata el viaje del personaje que se enfrenta a sí mismo y a su pasado. Hay que tener en cuenta que Freddie es voraz. Absorbe la energía de las personas que la rodean, las transforma a su antojo, les da vida. Este aspecto demiúrgico y extremadamente optimista proviene posiblemente de su miedo. Su forma de reaccionar es tomar el control de su entorno y maltratarlo. En la segunda parte de la película es como si se midiera con los extremos: vive en lo más alto de un edificio desde donde tiene una vista de pájaro de la ciudad y, al mismo tiempo, la seguimos por el metro con todas las figuras subversivas que se encuentran en la vida nocturna de Seúl. Exteriores e interiores. Y en la tercera parte de la cinta ella parece más serena, aunque, como ella misma dice, esta serenidad podría desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Las cosas son siempre inestables, irresueltas, en constante cambio. Eso es lo que me interesa y es también lo que aprendemos del personaje.