Con el meticuloso trabajo habitual en las producciones de Arte en pantalla, el filme, dirigido por Valeria Parisi, que también firma el guion con Arianna Marelli y Didi Gnocchi, viaja a través de las colecciones y salas de los museos que cuentan con obra del artista italiano, como el Albertina en Viena, o la Galería Nacional de Arte de Washington, con una mirada muy especial a la espléndida exposición dedicada al artista en el Museo de su ciudad natal, Livorno, celebrada al cumplirse en 2020 el centenario de su fallecimiento.
El discurso narrativo del documental fluye a través de las mujeres de las que pintó retratos y cuyos rostros, casi como cariátides, se convirtieron en los fundamentales iconos de su personal y estilizado arte. Entre ellas, su amante Jeanne Hébuterne, la poetisa rusa Anna Ajmátova y la periodista inglesa Beatrice Hastings.
Dominado por la eclosión de las vanguardias, en el escenario artístico de las primeras décadas del siglo XX, Modigliani llega a París en 1906, ciudad en la que se dan cita artistas de todo el mundo. En aquel ambiente y sin adscribirse a movimiento artístico alguno entrará en contacto con creadores con los que establecerá estrechas relaciones como Utrillo, Soutine, Kisling, Max Jacob, Brâncusi, Diego Rivera, Juan Gris, Van Dongen, Picasso y los escritores Jean Cocteau, Apollinaire y Vicente Huidobro. Según propia confesión y desde su muy personal visión, su arte encontró inspiración en figuras como Toulouse-Lautrec, Cézanne y Picasso, especialmente en la época azul del español.
Antes, siendo todavía un niño, “Dedo”, como le llamaban en su casa, dejó claro que había nacido para ser artista y, de hecho, tras sufrir a los once años una grave pleuritis, muy pronto y siempre apoyado por su madre, comenzó a asistir a clases de pintura con Guglielmo Micheli, discípulo de Fattori, uno de los pintores del movimiento de los macchiaioli, grupo de artistas toscanos que anticiparon algunas claves del impresionismo. Esos estudios se vieron pronto alterados por otras dolencias, como ataques de fiebre tifoidea y la tuberculosis que lo acompañaría a lo largo de toda su existencia.
Posteriormente sería alumno en Florencia de la Escuela Libre de Desnudo y en 1903 del Real Instituto de Bellas Artes de Venecia, ciudad en la que inició una connivencia con el alcohol y las drogas que ya nunca abandonaría.
En 1909, ya instalado en París en su destartalado estudio de Montparnasse, conocerá a Constantin Brâncuşi, iniciando su intenso período escultórico que se prolongaría hasta 1914, cuando tuvo que dejarlo porque el polvo que se desprendía al realizar las obras agravaba la deteriorada salud de sus pulmones.
Su legendario atractivo físico y su aire de dandi, solía vestir trajes de terciopelo y fulares rojos, despertaba pasión entre las mujeres. Fueron muchas las amantes a las que retrató y numerosos los desnudos que han quedado de ellas para la historia del arte.
Antes de conocer a Jean Hébuterne, la que le acompañaría hasta el final, Modigliani mantuvo una tortuosa relación con Simone Thiroux, una estudiante de medicina con la que tuvo un hijo que el pintor nunca reconoció. Simone moriría en 1921, con sólo veintiocho años, a consecuencia de la tuberculosis.
Cuatro años antes, en el verano de 1917, la escultora ucraniana Chana Orloff había presentado al pintor a su amiga Jeanne Hébuterne, una joven de dieciocho años nacida en el seno de una familia burguesa que, cuando conoció la relación con “ese depravado que pinta”, cortó toda relación con ella, incluida la asignación económica que hasta entonces la sostenía.
Alcohólico y bohemio, Modigliani vivió en la pobreza. Una situación especialmente dramática en los años que compartió con Jeanne. El 3 de diciembre de 1917 inauguró su primera exposición, siendo inmediatamente clausurada por la policía por contener “desnudos inmorales”. Nunca se sintió reconocido como artista, algo que le provocaba, en sus propias palabras, “una tristeza con la que es difícil convivir”.
En los últimos tiempos y debido a sus problemas de salud se trasladó durante unos meses a Niza, en donde Jeanne dio a luz en 1919 a una niña, Jeanne Modigliani, la única hija oficialmente reconocida por el artista que, con el tiempo, escribiría Modigliani: Hombre y mito, una biografía de su padre que aporta datos hasta entonces desconocidos.
Tras el nacimiento regresan a París, en donde la meningitis tuberculosa de Modigliani se agravó rápidamente. Falleció a los treinta y cinco años en el atardecer del 24 de enero de 1920, tras permanecer inconsciente la última semana y siempre con Jeanne a su lado. Ella, de nuevo embarazada, se arrojaría dos días más tarde desde el quinto piso de la casa paterna.
Despreciada por su madre, fue trasladada en secreto a un cementerio de las afueras de París, pero un año más tarde, gracias al empeño del hermano mayor de Jeanne y a los amigos de la pareja, en particular a la esposa del pintor Ferdinand Leger, los padres de la joven accedieron a que fuera enterrada en el cementerio de Père Lachaise, en la misma tumba que Modigliani.
Cuadro a cuadro. Testimonio tras testimonio de los distintos expertos, el magnífico documental El indomable Modigliani sumerge al espectador en la vida y la obra de quien solo la muerte convertiría en el artista sublime que hoy admiramos. Así se escribe la historia.
El indomable Modigliani
Dirección: Valeria Parisi
Guion: V. Parisi, Didi Gnocchi, Arianna Marelli
Testimonios: Chloe Aridjis, Astrid Casali, Dominitilla D’Amico, John Myatt, Klaus Albrecht Schröder, Paolo Virzì
Producción: Arte en pantalla
Italia / 2020 / 90 minutos
Distribuidora: A Contracorriente Films