¿Que de qué va? Por el título hubiera apostado por un recorrido por la vida de un samurai que vive enterrado en las montañas de un lugar remoto. Pero no. Este documental narra la historia de un escalador profesional, Alex Honnold, que entrena para subir un muro de granito que, -para amateurs e ignorantes-, se ve infranqueable e imposible a simple (y compleja) vista: la formación rocosa llamada El Capitán, en el parque Yosemite de California.
Hasta aquí todo normal. Pero resulta que el reto no está en subirlo, sino en hacerlo sin ningún tipo de medida de seguridad. Esta técnica se llama entre los entendidos Free Solo. Ahora sí se entiende el título.
En definitiva, éste es un documental en el que se graba a un chico treinteañero emperrado en hacer algo prácticamente imposible. Paralelamente, el filme va recogiendo las caras de pánico de las personas que le rodean mientras se hacen a la idea de que el muchacho pueda morir tratando de conseguir su hazaña.
Hay ensayos, hay vueltas atrás, hay marcas de tiza por todo el muro para asegurar dónde y cómo hay que subir esa pared imposible, pero una vez que se pone a escalar no hay opciones ni segundas oportunidades. Sólo queda dar el siguiente paso hasta completar los 2.307 metros que le separan de la cumbre.
La cámara está grabando: tres, dos, uno y ¡acción!
Queda sin embargo esa otra cara de la moneda. Mientras a este chico muchos le tildarían de aventurero, valiente o, como él mismo explica, un guerrero que entra en el campo de batalla esperando lo mejor, uno se pregunta qué causa defiende. Por qué patria lucha o a qué familia le está prometiendo un futuro mejor.
Y es que, mientras alardea de no temer a la muerte, su madre debe asimilar que le ha salido un hijo torero en plan montañista y que tiene que quererle con ese pequeño defecto que tiene de querer jugarse el tipo a toda costa ya que, según declara con resignación la propia mujer, “si no sé que acabaría distanciándome de él”.
Ojo al dato: un hijo que dejaría de quererte si osaras instarle a dejar de arriesgar su vida por, en resumen, nada.
Su novia pasa también por el mismo trago y asimila como puede -cámara delante incluida- cuándo él le dice que no podría estar con una persona que le haga ¿cortarse la coleta o colgar el mosquetón? Su amor llega no tanto hasta que la muerte les separe, sino hasta que su pareja le pueda hacer alejarse de ella.
Me pregunto cómo esta proeza convertida en éxito comercial puede ser concebida como algo distinto a lo que es: un acto de egoísmo para probarse no sólo a él mismo sino para enseñarle a todo el mundo (cámara mediante) lo que es capaz de hacer.
Pasa por encima de quien le quiere, y de quien no, para que todo el mundo vea la suerte que ha tenido retando a la naturaleza. O a sí mismo. Y sí, le quitaría el -ísmo y dejaría el ego como protagonista clave de la película que, por cierto, hasta el final no sabes si tiene un final feliz.
¡Spoilers fuera!, ya que él mismo (junto a su novia ignorada) subieron al escenario para recoger tan magnífico reconocimiento. Un hip, hip, hurra para el héroe guerrero que regresa a casa con su medalla de oro por un día en el que la fuerza de la gravedad estaba de capa caída.