La cosa, ya muy vista, va de chico desnortado que conoce a chicas y a través de dos muy especiales (Scarlett Johansson y Julianne Moore) se redime.

Jon (Gordon Levitt), –sus amigos le llaman Don Jon por la habilidad que tiene para introducir cada fin de semana una mujer distinta en su cama–, sin acabar de entender de dónde viene y a dónde va, deshumaniza todo lo que toca.

Decir todo, quiere decir todo lo que le rodea: cosas y personas. Desde su familia a su casa, y aficiones, amistades, creencias religiosas y, por supuesto, las mujeres que, en un permanente ejercicio individualista no pasan, a sus ojos, de ser objetos sobre los que eyacular.

Así de crudo, así de duro es el discurrir de una vida, la suya, que tiene su gran “consuelo” en el consumo continuado, obsesivo, de videos pornográficos. Como él mismo comenta, “hasta los ligues más deseados no pueden compararse con la felicidad que consigo viendo la pornografía de mi ordenador”.

Así de tristes discurren las cosas hasta que se cruzan las dos personas que le harán ver, cada una en su registro, que la verdad tiene un valor y que, en el fondo de todo, incluso existe una cosa llamada amor.

Actrices

Lo dicho. Todo esto ya lo hemos visto otras veces, pero se agradece que nos lo recuerden aunque sea a través de una entrega que no tiene en la dirección su mejor virtud. Gordon Levitt no está maduro para hacerlo y, al actuar, pone exceso de “caritas”.

Pero sus compañeras, muy bien elegidas, se dirigen solas, especialmente la Moore, que vuelve a transmitir credibilidad y a demostrar que es una actriz de registros diversos y siempre interesantes. Entre todos levantan, sin más, una cinta con moraleja edificante y bases semisólidas en la que no acaba de quedar claro si todos queremos un final feliz.