Por esas cosas del azar, la forja de Clint Eastwood tuvo lugar entre rodajes y descansos en Madrid, Burgos y, sobre todo, Almería, rumiando el aspecto y las maneras del Hombre sin Nombre, del protagonista de sus tres colaboraciones con el director italiano Sergio Leone: Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966). No solo dio forma a ese tipo duro y poco hablador que tan bien funcionó en taquilla en los setenta y los ochenta; decidió igualmente por entonces que fundaría su productora en cuanto volviera a poner el pie en California y tomó muy buena nota de cuanto sucedía detrás de la cámara; como haría también muy poco después cuando fue dirigido por Don Siegel en Dos mulas y una mujer (1969), El seductor (1970) y Harry el sucio (1971). Treinta años después no olvidaba su deuda y dedicó Sin perdón (1993), su mejor película, a la memoria de Sergio y Don.
Contar su excursión a España y el aprendizaje comentado en un país cuyas tierras lo mismo servían para rodar el desierto de Lawrence de Arabia que las calles del Moscú revolucionario o las laderas del duro y lejano oeste ha sido el objetivo del libro de Francisco Reyero (Sevilla, 1972). Como hiciera antes con Sinatra (Nunca volveré a ese maldito país, 2015), el autor ha visitado escenarios y rastreado hemerotecas y supervivientes de aquella aventura para contarnos una mutación, la transformación del joven actor de televisión en ese icono absoluto del cine de acción que no parecía interpretar, que se limitaba a ser delante de la cámara. En cierto modo, el heredero natural de John Wayne.
Paisaje y paisanaje
En las páginas de Reyero están el paisaje, el desierto almeriense de Tabernas, el poblado madrileño de Hoyo de Manzanares o el Alberche haciendo las veces de Río Grande a su paso por Aldea del Fresno, pero sobre todo está el paisanaje, dando voz a los del pueblo que recibían a los peliculeros, a ésos que pasaban horas esperando para figurar unos segundos como extras y sacarse en un día lo que no ganaban en meses. Están también las historias de la censura y de los dobles que se la jugaban en las escenas de riesgo, las locas y peregrinas ideas de Leone y la amistad de Eastwood con Eli Wallach, la música de Morricone y el cabreo de Kurosawa por el plagio de su Yojimbo (1961), los retrasos en los pagos y el caos generalizado en el que se rodaba. Por no haber, no había ni un idioma común. Interpretaban en su lengua materna fiándolo todo a la sala de doblaje. Así, en La muerte tenía un precio, por ejemplo, hay una secuencia en el interior de un salón en la que Eastwood dijo su frase en inglés, Klaus Kinski en alemán, José Calvo en español, Gian María Volonté en italiano y Panos Papadopulos en griego.
La trilogía de Leone, y mucho menos el resto de spaguetti western, apenas aguanta la comparación con los clásicos de vaqueros de Anthony Mann, John Ford o Howard Hawks, pero fueron un revulsivo para un género que empezaba a agotarse: como hiciera el punk una década después con la música dominante, este subgénero introdujo una crudeza que gustó y mucho al público más joven y que luego llevaría aún más lejos Sam –Grupo salvaje– Peckinpah.
Dicen que de vez en cuando Eastwood se pone en casa el DVD de Por un puñado de dólares. Recordará entonces qué acierto fueron la barba de tres días, el cigarro negro y el poncho marrón. El modo en que el Hombre sin Nombre lo cambió todo para él. El bruto que se expresa con monosílabos pero que cayó en gracia al personal a los dos lados del Atlántico y así ha sido desde entonces hasta hace dos días; da igual que sea el inspector sin escrúpulos Callahan o el gruñón entrañable de Gran Torino (2008), el preso que se Fuga de Alcatraz (1979) o el viejo y solitario entrenador de boxeo de Million dollar baby (2004), el asesino de mujeres y niños arrepentido de Sin perdón o el veterano fotógrafo de Los puentes de Madison (1995), el predicador de El jinete pálido (1985) o el piloto retirado convertido en astronauta de Space cowboys (2000). En definitiva, como él mismo dijo una vez “la clase de antihéroe que hace lo que a todo el mundo secretamente le gustaría hacer…”.
Eastwood. Desde que mi nombre me defiende
Francisco Reyero
Fundación José Manuel Lara
217 páginas
20 euros