En la comunidad aparentemente  normal que protagoniza La caja de cristal, ubicada en un viejo y céntrico edificio berlinés, conviven familias diversas que sortean cada día la tensión provocada por la inmobiliaria propietaria de las viviendas y los pequeños problemas domésticos (dónde colocar los cubos de basura y otras menudencias). Así hasta que una mañana, sin ninguna explicación, son obligados por la policía que rodea el lugar a encerrarse en sus viviendas.

Desde ese momento, nadie puede entrar ni salir. Las autoridades no dan explicación alguna y los residentes comienzan a especular. En primera instancia imaginan que el cierre tiene que ver con la posibilidad de una bomba colocada en la entrada del edificio. Más tarde corren rumores diversos: que un criminal se esconde en el patio, que es la inmobiliaria la que ha desatado el caos para librarse de los inquilinos o que un terrorista se esconde entre aquellas paredes.

Cada vez más tenso, el ambiente provoca que todos desconfíen de todos. Cada cual se siente víctima y en peligro y parece dispuesto a denunciar al de al lado. En esa olla a mayor presión, a cada minuto que pasa el vecindario va dejando de lado el sentido común y muestra su peor y más agresiva cara, la más indecente, con el individual objetivo de salvar el pellejo y velar por los personales intereses.

Directora, guionista y productora, Asli Özge (Estambul, 1975) reside según la época del año en su ciudad natal o en Berlín. Tras firmar algunos cortos de marcado tono social, en 2009 estrenó su primer largometraje, Köprüdekiler (Men on the Brigde), que suscitó el interés de la crítica. Pero sería en 2016, con Auf Einmal, cuando se consolidó como cineasta a la que seguir con atención al ganar en el Festival de Berlín en la categoría de Cine Europeo. 

En la desasosegante propuesta que ahora presenta y aunque su puesta en escena se aleja bastante de aquellas referencias, pueden rastrearse huellas del cine sociopolítico de Ken Loach, del Buñuel de El ángel exterminador, del Alfred Hitchcock de La ventana indiscreta e incluso de Esperando a Godot, la obra inscrita en el teatro del absurdo de Samuel Becket. Pero, queda dicho, son meros trazos, no influencias muy tangibles.

El hecho es que La caja de cristal -cuyo título remite al cubículo, sólo transparente por el vidrio que lo recubre, instalado en el patio interior del edificio desde el que el responsable de la inmobiliaria engaña, teje y desteje con el fin de echar a los inquilinos para remodelar los pisos y venderlos mucho más caros- propone una ácida lectura del capitalismo despiadado, del egoísmo al que puede llegar el ser humano, de la pérdida de privacidad y la vulneración de libertades de los ciudadanos, de la falta de transparencia de quienes gobiernan y, acaso la derivada más inquietante, del papel del miedo como amenaza para la democracia.  

Con un final profundamente perturbador y desde esas coordenadas, la película deja una advertencia que tiene que ver con la utilización del miedo como vehículo para, en aras de una supuesta mayor seguridad, recortar libertades y derechos, socavar democracias y disfrazar dictaduras.  

La caja de cristal

Dirección y guion: Asli Özge

Intérpretes: Luise Heyer, Felix Kramer, Christian Berkel, Manal Issa y Timur Magomedgadzhiev

Fotografía: Emre Erkmen

Alemania / 2023 / 120 minutos