El cine también en Resnais como una forma, el mejor modo, de despedirse. Porque Amar, beber y cantar rebosa un emotivo “hasta siempre”. Uno de esos homenajes a la fiesta que constituye el hecho de estar vivo que el director francés cultivó a lo largo de toda su existencia.
Tras Smoking/No Smoking (1993) y Asuntos privados en lugares públicos (2006), Resnais adaptó al cine por tercera vez una pieza de teatro del dramaturgo británico Alan Ayckbourn, del que el francés llegó a decir: “considero su obra por encima de la de Chéjov”.
Muerte y vida
En esta ocasión la acción se sitúa en la campiña inglesa de Yorkshire, en donde tres parejas verán sus vidas afectadas por la noticia de que a un amigo le quedan seis meses de vida. Este es el primer guiño de Resnais, pues toda la película gravita sobre un protagonista, el enfermo George Riley, al que nunca llegamos a ver. Y sin embargo, la vida de los seis únicos personajes intervinientes en la película por distintos motivos se trastocará profundamente en función de la relación anterior que con él tuvieron en el pasado.
Todo el embrollo comienza cuando el médico Colin enseña por descuido a su mujer Kathryn que los días de su paciente George Riley están contados, ignorando que este hombre fue el primer amor de Kathryn. El matrimonio, que ensaya una obra de teatro junto a su grupo amateur local, intenta persuadir a George para que se una a ellos en la representación.
La dicha de estar
De persuasiones va la cosa, pues la situación terminal de Riley también afectará a Monica y su nueva pareja. Ella fue la última esposa del enfermo y la que algunos años atrás decidió abandonarlo. Ahora sus amigos intentan convencerla para que regrese con él y le haga compañía en sus últimos días.
Entre tanto va quedando claro, a través de una puesta en escena marcadamente teatral en el curso de la que, como queda dicho, George Riley nunca llega a aparecer en pantalla, que este hombre moribundo ha seducido y enamorado a todas y cada una de las mujeres que se cruzaron en su camino. Esa realidad desequilibra emocionalmente a cada una de ellas y, de refilón, a sus respectivas parejas.
Aunque el punto inicial tenga que ver con la enfermedad y con la muerte, Amar, beber y cantar está llena de vida. Alternando decorados teatrales casi naive y paisajes de la campiña inglesa, esta trama de inocentes equívocos amorosos nos reconforta con el placer de estar aquí, en el mundo. Ese parece ser el buscado mensaje, el canto final de Resnais en su despedida.
Primeros tiempos
Decano del mítico movimiento francés de la Nouvelle Vague, al que él nunca se sintió plenamente integrado, Alain Resnais formó parte de la primera promoción del Institut des Hautes Études Cinématographiques de París (IDHEC). Tras haber rodado desde muy joven películas de aficionado, al término de la Segunda Guerra Mundial se profesionaliza como montador para directores como Nicole Védrés, François Reichenbach o Agnès Varda.
En 1948 rueda Vincent van Gogh, una atrevida visión sobre el pintor que recibiría un Óscar, dentro de una serie de cortos sobre arte en la que se inscriben también Guernica y Gauguin.
Siempre atento a la memoria social y al convulso mundo que le toca vivir, en 1955 rueda Noche y niebla, una joya a través de la que analiza, de ahí el título de la cinta, el horror de los campos de concentración y la nebulosa en la que los nazis intentaban envolver su barbarie.
Obras de culto
Cuatro años más tarde dirige Hiroshima mon amour, que logra el Premio de la Crítica Internacional en el Festival de Cannes, y en 1961, El año pasado en Marienbad, que ratificó el peso de su cine y el tiempo ha convertido en otra de sus películas de culto.
En 1966, con guión de Jorge Semprún, rueda La guerra ha terminado, una de las obras de las que se sentía más orgulloso. Con Semprún volvería a trabajar en 1974 en Stavisky.
A lo largo de décadas, Resnais fue tejiendo una filmografía marcada por la vida como objeto de investigación, por la comprensión hacia los personajes que la han jalonado y por las promesas, las frustraciones y, muy especialmente, la esperanza y la grandiosidad que anida en los rincones más profundos del ser humano.
Ejemplos incuestionables
Ahí quedan, como ejemplos incuestionables, La vida es una novela, Providence, Mi tío de América, El amor ha muerto, Melo o Coeurs, demostrando que, como alguien dijo en la hora de su muerte: “Fue capaz de aunar una inmensa popularidad con una notable exigencia artística”.
En 2009, año en que presentó Les herbes folles, otra muestra de que la experimentación era otro de los motores de su creación, fue homenajeado en Cannes por el conjunto de su carrera.
Independiente e inclasificable, el Alain Resnais de mítica sonrisa, culto y meticuloso, trabajó hasta el último de sus días suscitando –Amar, beber y cantar vuelve a ratificar el valor de su legado- la admiración sin reservas y el profundo y sentido respeto.
Embarcado ya en su próximo proyecto, se fue en la noche del sábado primero de marzo de 2014, al día siguiente de la entrega de los César, unos premios que había recibido en cinco ocasiones.
Dirección: Alain Resnais
Guión: Laurent Herbiet y Alain Resnais (Basado en la obra de Alan Ayckbourn)
Intérpretes: Sabine Azéma, Sandrine Kiberlain, André Dussollier, Caroline Silhol, Hippolyte Girardot
Fotografía: Dominique Bouilleret
Música: Mark Snow
Francia / 2014 / 108 minutos