Tras estudiar cine en Túnez y en París (La Fémis y la Sorbona) Ben Hania dirigió cortos como Wooden Hand (2013) y Sheikh’s Watermelons (2018) que resultaron seleccionados y premiados en distintos festivales internacionales. El Challat de Túnez, su primer largometraje, inauguró la sección ACID del Festival de Cannes de 2014. Posteriormente realizó Zaineb odia la nieve, un largometraje documental filmado a lo largo de seis años entre su país y Canadá. En 2017 su película de ficción Beauty and the Dogs ganó el premio al mejor sonido en Cannes tras la que El hombre que vendió su piel y la que ahora llega a las pantallas la han consolidado como una de las realizadoras más interesantes del panorama actual.
– Vuelve usted al documental con Las cuatro hijas, un género con el que se inició como directora…
Así es. Este proyecto comenzó en 2016, cuando estaba terminando Zaineb odia la nieve, un documental al que dediqué seis años de mi vida y en el que filmé la vida de una adolescente. El origen de Las cuatro hijas surgió cuando en una emisora de radio escuché a Olfa contar la trágica historia de sus hijas. Aquello me intrigó y me conmovió. Olfa me fascinó desde el principio. Vi en ella un personaje muy potente para el cine. Era la encarnación de una madre con todas sus contradicciones, sus ambigüedades, sus zonas problemáticas. Su historia, compleja y aterradora, me perseguía y estaba muy interesado en explorarla y comprenderla, aunque no sabía cómo lo iba a hacer hasta que llamé al periodista que había contado la historia de Olfa y me dio su número de teléfono, lo que me permitió reunirme con ella.
[Las cuatro hijas rescata la historia de Olfa Hamroumi, una tunecina de mediana edad y madre de cuatro adolescentes que en 2016 vio como su vida daba un vuelco cuando sus dos hijas mayores desaparecieron sin dejar rastro. Tras la sorpresa inicial y la angustia consecuente, Olfa supo que esa ausencia estaba relacionada con la decisión de las dos jóvenes de viajar a Libia para unirse al ISIS].
– ¿Se conocía en Túnez la historia de Olfa?
En el momento en que la contacté esta madre ya había aparecido muchas veces en la radio y la televisión. Hay que entender que en aquel momento este tipo de historias eran habituales. Lo que me interesó de Olfa fue que su historia trataba de mujeres, de una madre y unas hijas.
– ¿En algún momento se propuso hacer con ella una película de ficción?
Pasé por diferentes etapas. Al principio, me dije que la rodaría con sus otras dos hijas, Eya y Tayssir, para que fuera evidente la ausencia de las otras dos. Empecé a filmarlas en 2016 y después en 2017. Pero había algo que no funcionaba del todo. ¿Cómo revivir los recuerdos sin embellecerlos ni cambiarlos, sin edulcorar la verdad? ¿Cómo contar lo que ocurrió pero que ya no existía? ¿Cómo afrontar años después la verdad del propio pasado? El aspecto más problemático fue la forma en que Olfa estaba interpretando un papel. Desde el momento en que puse en marcha la cámara empezó a interpretar un papel concreto. Tuve que dejar de rodar porque me di cuenta de que iba a caer en la trampa que me estaba tendiendo.
– ¿Qué papel estaba interpretando y en qué consistía esa trampa?
Soy consciente de que a menudo en la vida nos comportamos influenciados por clichés que hemos visto en la televisión o en los medios de comunicación. Olfa estaba bajo la influencia de los periodistas. Interpretaba, con gran talento trágico, el papel de la madre afligida, histérica, que se siente culpable. Ahora bien, esos rasgos casi nunca permiten explorar las diversas dimensiones de un individuo. Sin embargo, Olfa es tan exuberante, tan ambigua y tan compleja, que es imposible mostrar una única faceta. Y profundizar en las contradicciones, las sensaciones, las emociones, requiere un tiempo del que los periodistas carecen. El papel del cine es explorar esas zonas, esas ambigüedades del espíritu humano. Y así fue como empecé a abordar esta película como un laboratorio terapéutico que serviría para recuperar los recuerdos.
– ¿Fue en ese momento cuando decidió recurrir a una actriz consolidada como Hend Sabri para que Olfa se enfrentara a su doble ficticio?
Cuando me di cuenta de que lo que había filmado no tenía interés me concentré en El hombre que vendió su piel. El rodaje de esa película me permitió dejar esta historia en un segundo plano. Ni siquiera sabía si iba a recuperarla o no. Pero, como me gusta terminar lo que empiezo, volví a ella. Tenía una perspectiva más amplia y podía visualizar la película con mayor claridad. Ahora quería filmar a Eya y a Tayssir, las hermanas de las desaparecidas, a las que había conocido en varios rodajes. Claro que, como estábamos en pleno confinamiento, comprendí que la mejor manera de volver a situar a Olfa en el dominio de la realidad y de sus propios recuerdos era hacer un documental sobre la preparación de una falsa ficción que nunca vería la luz. Basándome en todo lo que me había contado Olfa escribí un guion que involucraba a Eya y Tayssir en la preparación de una historia de ficción en la que los actores se encontrarían con los verdaderos protagonistas para contar mejor y de manera más objetiva lo que habían vivido.
– ¿De esa forma logró lo que se proponía?
Olfa necesitaba enfrentarse a actores profesionales pues a partir de ese momento ellos serían los actores, no ella. Servirían para abrirle los ojos a Olfa y a sus hijas y ayudarlas a encontrar su verdad interior. Necesitaba actrices para interpretar a sus hijas ausentes y a un actor que la interrogara, que la ayudara a comprender algunos de los acontecimientos más importantes de su vida. No me interesaba reconstituir los recuerdos en sí mismos. Quería que fueran los intercambios entre Olfa y sus hijas los que consiguieran hacerlo. Mi papel en esta película era el de dirigir, guiarlas, acompañarlas en su búsqueda mientras Olfa contaba y analizaba con gran detalle episodios significativos de su vida. La actriz Hend Sabri le hace preguntas sobre detalles concretos y sobre sus motivaciones y eso permite a Olfa reflexionar sin mostrarse indulgente con su pasado. Si Olfa se hubiera quedado a solas conmigo me habría contado la misma historia, una vez más el mismo cliché.
– Hend Sabri es una estrella en Túnez, ¿no le daba miedo a Olfa que le robase protagonismo?
Todo lo contrario. ¡Entendió que por fin la gente la comprendería! Olfa piensa que nadie la ha creído porque no es famosa. Y una gran actriz como es Hend Sabri podría darle por fin la credibilidad que necesitaba para que el mundo escuchara su historia. Es necesario saber que cuando Olfa empezó a conceder entrevistas en 2016 fue calumniada, criticada e insultada. Pero gracias a Hend Sabri comprendió que por fin la escucharían con respeto.
– En cierto sentido, esa dualidad entre Olfa y Hend Sabri acaba haciéndonos dudar de la realidad de lo que estamos viendo. ¿Era su objetivo crear esa confusa sensación?
Ya me han dicho eso pero no puedo deshacerme de mi pasado como creadora de falsos documentales. Kiarostami dijo que saber lo que es verdadero o falso no es importante. En el cine podemos mentir si con ello logramos extraer una verdad profunda. ¡Eso es lo que cuenta! Para mí lo más importante es conmover al público para darles a conocer una verdad más honda.
– ¿Por quién se siente influenciada a la hora de hacer cine?
Hay dos películas que han cambiado mi relación con el cine: Primer plano (Close-Up) de Kiarostami y Fraude, de Orson Welles. Gracias a ellos comprendí que las películas permitían un amplio campo de experimentación. Quería que mi película tuviera un elemento brechtiano donde fuera posible representar la escena mientras, al mismo tiempo, se reflexiona sobre ella. Quería que pudiéramos pasar de momentos de interpretación real a otros de reflexión sobre lo que se estaba representando. La línea tenía que ser borrosa porque en la vida nos pasamos el tiempo actuando, más aún delante de la cámara. Desde mis inicios siempre me ha gustado explorar esa relación, tan tenue y delicada, entre ficción y documental. Es un hilo común que recorre todas mis películas.
– ¿Supo su equipo que iba a formar parte de una experiencia tan íntima y, a veces, tan dolorosa?
Cuando los reuní a todos les propuse que escribieran un texto colectivo en el que pudieran expresar lo que no les gustaba en un plató de cine. Era necesario que todos se sintieran cómodos para que Olfa y sus hijas pudieran hacer su viaje con ellos. ¡Había que mostrar una gran delicadeza con unas mujeres que estaban explorando su interior y las partes más problemáticas de sus vidas delante de todos! Para crear las condiciones ideales organizamos un equipo mayoritariamente femenino. En definitiva, creamos las condiciones para que surgiera algo terapéutico, y no solo para ellas, sino para todo el grupo. Todo lo que sucedió durante el rodaje de esta película despertó sentimientos muy intensos en cada uno de nosotros. Yo, que soy una obsesa del control, estaba tan abrumada por la emoción que tuve que contenerme en más de una ocasión para pensar en la ubicación de la cámara. A pesar de la complejidad del montaje, todos comprendimos que estábamos siendo testigos de algo muy especial.
– ¿Por qué decidió que un único actor, el mismo siempre, interpretara a los hombres que figuran en esta historia?
Creo en la capacidad del público para articular los elementos de la historia, para comprender que un solo actor era capaz de interpretar a todos los hombres en esta historia. Lo que me llamó la atención de la vida de Olfa y de sus hijas es la ausencia de hombres. Tan pronto como un hombre entra en su mundo, lo expulsan. Los hombres que las rodean no duran. Todas ellas tienen una relación muy compleja con la masculinidad. Olfa encarna algo que es a la vez muy femenino y muy masculino. Suele afirmar que es más hombre que su marido. En cierto sentido, como todos los hombres han sido expulsados de su grupo, es como si todos esos hombres fueran uno solo. Por eso quería que un solo actor los interpretara a todos.
– Durante una escena especialmente dura, el actor (Majd Mastoura) se derrumba durante el rodaje y pide hablar con usted fuera de cámara. ¿Por qué decidió mantener ese momento en la película?
Esta también es una película sobre el trabajo de los actores. Me pareció interesante mostrar cómo la brutalidad de la vida real puede afectar y abrumar a un actor. Hend Sabri también habla sobre este asunto al principio de la película. Cuenta cómo un actor aprende a protegerse para no verse superado o afectado por el personaje. Majd no estaba al tanto de todo lo que habíamos hecho antes con las chicas, especialmente con los psicólogos. Según él, no debíamos obtener ese tipo de confesiones delante de una cámara. Pensaba que ese discurso íntimo no debería haber salido del consultorio del psicólogo. Cuando te enfrentas a estas revelaciones sobre la vida de otras personas te haces mil preguntas éticas. No estaba al tanto de mi implicación, y pensó que yo no me había hecho esas preguntas. Y por eso quiso parar la escena. Pero yo quería mostrar su angustia y sus dudas como actor. Además, esa escena termina con el monólogo de Eya en el que expresa su necesidad de filmarla. Sin ella no hubiera tenido esa reacción, y es probable que no hubiera incluido la escena en la película.
– Sorprende al inició del documental ver a las protagonistas, mujeres que están pasando un terrible duelo, tan radiantes y sonrientes…
Desde luego. Ellas son así en la vida real. Hablan de auténticas tragedias, de hechos terribles… y se ríen y provocan risa. Quería mostrar el contraste entre la historia que contamos y la forma en que la contamos. Se trata de algo muy especial. El cine es capaz de mostrar eso. Creo que la película también les hizo bien a ellas. Fue una experiencia terapéutica. Dieron mucho y puedo decir que también recibieron mucho a cambio. De hecho, ellas mismas lo dicen. Esta película les ha permitido expresarse. Hasta ese momento no tenían voz y nosotros les dimos la oportunidad de que las escucharan. Cuando vieron la película, su primera reacción fue: “Gracias, nos has dado nuestra voz”.