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Maud Dowley Lewis nació el 7 de marzo de 1903 en South Ohio, comunidad canadiense próxima a Yarmouth, en una familia que regentaba un próspero taller de herrería. Su madre, Agnes, pintaba, esculpía y tocaba varios instrumentos, inquietudes artísticas que transmitió a su hija, que desde muy pequeña comenzó con el piano pese a que una artritis reumatoide muy severa deformaba gravemente sus manos.
Esa enfermedad acabó por apartarla del colegio, en donde era objeto de las burlas de muchos de sus compañeros. Aislada en casa, música y pintura alimentaron su creatividad hasta que años más tarde, tras la muerte de sus padres, su hermano Charles vendió, sin el permiso de Maud, la casa familiar y se largó con el dinero.
Por entonces ella, que rondaba los 33 años, se vio obligada a trasladarse a la vivienda de su tía Ida, una inflexible mujer que pretendía tenerla enclaustrada, que se olvidase de la pintura y que se dedicase a las labores domésticas. El entorno apoyaba esta rígida postura, pues muchos asociaban la discapacidad física de Maud –la espalda encorvada y la cabeza inclinada sobre el pecho, un caminar inseguro y manos deformes– con discapacidad intelectual. No eran pocos los que hablaban de «la pobre subnormal de Maud».
Pero nada más lejos de esa lamentable visión porque ella, al margen de su notable dificultad para moverse, es una mujer inteligente, luchadora y con una clara perspectiva de la vida que quiere. Una vida que pasa, en primera instancia, por ser considerada como un ser humano y, como tal, con todos los derechos inherentes a esa condición.
La película
Quiere alejarse de la existencia asfixiante al lado de su tía, un tiempo de hiperprotección que siempre recordó como el período más duro de su existencia. La oportunidad de acercarse a la libertad e independencia que anhela surge cuando conoce a Everett Lewis, un solitario pescador de pocas palabras y remilgos que busca a una mujer para que le ayude en las faenas de su sencilla, y gris hasta el desembarco de ella, casa en Marshalltown.
En ese punto: cuando ella acude al anuncio de él. En el ocasional encuentro que cambiará la vida de ambos para siempre comienza la película. Es el momento en que ella se muda para encargarse de las tareas del hogar.
En un primer momento, Everett marcará unas duras, inaceptables normas. Le deja claro a Maud que en su consideración figuran primero los perros, después las gallinas y, por último, ella. En ese ambiente ella soporta desprecios y humillaciones, pero está dispuesta a aguantar porque necesita un lugar donde vivir. Pero poco a poco las cosas cambiarán radicalmente para esta pareja por la que nadie daría un duro. Dos seres que, desde planos y filosofías completamente diferentes, emprenderán juntos el viaje hacia el descubrimiento de ese enigma que se llama amor.
Se casaron en 1938. Vivieron juntos hasta el fallecimiento de ella, a los 67 años, el 30 de julio de 1970. Maudie. El color de la vida lo cuenta a través de varios planos. Por una parte, la belleza desolada del paisaje de Nueva Escocia. Por otro la casa, una sencillísima vivienda aislada al cabo de una carretera por la que apenas pasa nadie. Esa casa sombría que ella convertiría en La Casa Pintada, transformando en color cada centímetro de su limitada superficie.
Y, obviamente, la película se recrea en la creatividad de Maud, que refleja el mundo sencillo, colorista, esperanzado que ella percibe y los pinceles, atados a sus manos retorcidas, plasman. Esa alegría interior que ha quedado para la historia en las tablillas sobre las que trabajaba con una vitalidad conmovedora. Creativa y autodidacta, Maud refleja la vida rural, los animales y la naturaleza que le inspiraban. Unas imaginativas y sencillas obras de arte sin figuras humanas, con la excepción de unos pocos cuadros en los aparecen Everett y ella misma.
La fama
En sus largas horas de soledad, mientras él sale a vender pescado, Maud irá transformando su entorno y sacando a la luz la artista que lleva dentro. Pinta cada rincón del interior de la vivienda y pequeños tarjetones muy coloristas que, a través del boca a boca, pronto adquieren notoriedad en la zona.
En una segunda fase y a medida que su popularidad va tomando cuerpo se atreve con lienzos más elaborados. Los medios de comunicación se fijan en esta peculiar artista que comenzó vendiendo sus cuadros por unos pocos dólares pero que en no mucho tiempo captó la atención de los medios de comunicación y pasó a ser objeto de atención de algunos vecinos y turistas, a cautivar también a los expertos. El hecho es que recibía encargos de todo el país.
En la actualidad, la obra de Maud cuelga en colecciones y museos de toda Norteamérica, siendo valorada dentro del mundo artístico como una de las pioneras fundamentales del Arte Naif. Dos de sus pinturas adornan las paredes de la Casa Blanca.
En el papel de Maud, la británica Sally Hawkins, recordada por su papel en la película Blue Jasmine, de Woody Allen, interpretación por la que obtuvo una nominación al Óscar en 2013, se funde física y emocionalmente con el personaje al que da vida.
Transmite Hawkins la ternura que su papel exige y, hasta en los momentos más duros por el empeoramiento del estado físico de Maud, envuelve su actuación en una especie de alegría subyacente a los colores de las pinturas que vemos. Magnífica su química. Esa dulce y continua sonrisa que emerge desde el fondo de un rostro marcado por el dolor.
En el papel de Everett, sobrio y en un papel más hermético que en otros envites, Ethan Hawke, que desde sus comienzos con El club de los poetas muertos no ha dejado de regalar grandes trabajos –ahí está la trilogía de Richard Linklater: Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes del anochecer o Boyhood (Momentos de una vida), por la que fue nominado al Óscar, a los Globos de Oro y a los BAFTA como mejor actor protagonista.
Por su parte, la directora Aisling Walsh logra que la película no se desequilibre ni hacia el lado escatológico de la miseria física y emocional que en muchos momentos tuvo que soportar la protagonista ni hacia una historia de pasteleo romántico cuando la pareja se encuentra. Templanza en las escenas, mesura en los planos. Sobria dirección de intérpretes.
La Casa Pintada
La Casa Pintada de Maud y Everett es una de las joyas artísticas de la pintora. Tras el fallecimiento de Everett en 1980, la casita junto a la carretera empezó a deteriorarse tanto por la dura climatología de la zona como por los desaprensivos que, como recuerdo o como negocio, arrancaban tejas, persianas, puertas, cualquier cosa… Ante esta situación, un grupo de ciudadanos de Digby constituyeron la Sociedad de la Casa Pintada de Maud Lewis con el único propósito de salvaguardar el enclave.
En el año 1984, la casa fue vendida a la provincia de Nueva Escocia, que la cedió al cuidado de su galería de arte en la ciudad de Halifax. La Casa Pintada fue minuciosamente restaurada y devuelta a su condición original instalada como parte de la exposición permanente de Maud Dowley Lewis. En el lugar que ocupaba en la granja de los Lewis en Marshalltown, Nueva Escocia, se ha erigido una escultura de acero en su memoria.
Como señala la directora, tras sopesar diferentes opciones se decidió que toda la filmación de Maudie transcurriera en una réplica del hogar de los Lewis, un desafío que respeta hasta los mínimos detalles del espacio en el que, una vez más en la historia de la humanidad, se hace patente que el arte y la creatividad salvan casi todas las barreras.
Dirección: Aisling Walsh
Guion: Sherry White
Intérpretes: Sally Hawkins, Ethan Hawke, Kari Matchett, Gabrielle Rose, Zachary Bennet
Fotografía: Guy Godfree
Música: Michael Timmins
Montaje: Stephen O’Connell
Canadá, Irlanda / 2016 / 115 minutos