Puerto de Helsinki. Khaled, un joven inmigrante sirio al que da vida el actor sirio Sherwan Haji, llega oculto de polizón en un barco de carga procedente de Polonia. Entre tanto, un gris comercial cincuentón llamado Wikström (Sakari Kuosmanen) que se gana la vida vendiendo camisas decide poner fin a su matrimonio y a su negocio y reflotar un restaurante que ha vivido tiempos mejores.
Los caminos de ambos personajes se cruzarán y Wikström ofrecerá a Khaled techo, comida y trabajo. Pendiente de que le concedan un asilo político que no acaba de concretarse, el sueño del joven es encontrar a su hermana, que también huyó de Siria y de la que no sabe nada desde que la perdió de vista en Hungría en el curso de la huida.
Con esos mimbres, Kaurismäki contruye una cruda e incordiante parábola de lo gris, aunque las puntuales escenas de humor relajan el ambiente de la sala. El espectador, ante el que se despliega un tema tan serio como el de los refugiados, ríe y lo hace con ganas ante los gags hábilmente colocados por el director que durante la presentación en Berlín dejó caer: «Está claro que esta es una película política, porque toca un tema de actualidad, un tema muy grave al que solo he podido acercarme haciendo una comedia».
Una vez más el director finlandés hunde sus manos en un tema de enorme complejidad social. Pese al dramatismo de lo que se aborda no hay ni una escena recargada ni panfletaria. Todo fluye sin estridencias con lo que el mensaje cala con mayor sutileza pero con mucha mayor intensidad que si se hubiera optado por los aspavientos, tan comunes en otras propuestas del género. Además, y pese a la dura realidad, siempre deja abierta una puerta a la esperanza.
Y eso que Kaurismäki no se anda con subterfugios: «No me importa reconocer que se trata, hasta cierto punto, de una cinta tendenciosa que intenta influir sin el menor escrúpulo en las perspectivas y opiniones de los espectadores, al mismo tiempo que manipula las emociones para lograr su objetivo. Pero estamos asistiendo a la vergüenza que provoca el tratamiento que Europa está dando a los refugiados. Y no puedo quedarme callado».
Dirección y guión: Aki Kaurismäki
Intérpretes: Sherwan Haji, Sakari Kuosmanen, Ilkka Koivula, Janne Hyytiänen, Nuppu Koivu, Kaija Pakarinen
Fotografía: Timo Salminen
Sonido: Tero Malmberg
Montaje: Samu Heikkilä
Finlandia / 2017 / 98 minutos