Los destinos se unen y las líneas se cruzan, y es que el mismo año en el que San Juan volvía con las manos vacías de su primera nominación, el escritor donostiarra presentaba este trabajo, aparentemente inocuo (historia sencilla para gustos sencillos), centrado en la vida de un músico de malamuerte de origen navarro, que transitaba por los garitos de la capital en busca de un cigarrillo y un escenario donde berrear con su trompeta.
Este trabajo fue rescatado y adaptado al cine por Félix Viscarret y así, casi por puro azar (como suele llegar todo lo importante), Alberto San Juan logró su primer y único Goya. Podría decirse que el mejor papel de su carrera. O podría decirse que no. Para gustos hay colores. Pero no hay duda de que hubo algo que hizo para transformar al personaje, y un algo que el personaje hizo para llevar a la cumbre a este actor, con una trayectoria centrada en el teatro con tintes políticos.
Qué fue antes, el libro o la gallina
Resultan interesantes los papeles que llenan de reconocimientos a los actores y que no proceden de un guion original o de la tierna y deslumbrante idea de un buen director surgida en una siesta profunda, sino que nacen de adaptaciones de novelas, más o menos exitosas, y que por diversas razones ven su salida en el cine.
Me pregunto el papelón al que deben enfrentarse los actores, en general, y debió enfrentarse Alberto San Juan en particular, al tener que entrar en el cuerpo de un personaje que no era nuevo, pero que podía dar aún muchas sorpresas a pesar de haber sido recreado en la mente de muchos.
Surgen algunas preguntas: ¿se leen el libro o mejor enfrentarse virgen ante la cámara con el aire fresco de un guion bajo el brazo? ¿Obligarán a leerlo para poder estar totalmente documentado o es decisión del actor a la hora de enfrentar su trabajo? ¿Perjudica o ayuda, en definitiva, interpretar a un personaje que viene de una novela?
¿Qué fue antes el libro o la gallina? Me teletransporto a un bar que conozco llamado (precisamente) Utopía y no puedo dejar de ver a miles de Benitos Lacunza, con camisetas de rayas, sin casa o cama a las que regresar, amigos de todos y de nadie al mismo tiempo, infelices de día y borrachos de noche.
Tantos y tantos ejemplos de personas que llenan los bares deseosos de ser retratados con esa misma fiereza con la que Alberto San Juan se puso en la piel de ese don nadie para convertirle en un antihéroe de carne y hueso.
Ni siquiera sabemos si se leyó la novela original o si recibió palmaditas en la espalda de Aramburu por su interpretación o su Goya. Nos quedaremos con el privilegio de soñar con que se nos pegue al menos un poquito de ese aire desgarbado y libre de Benito Lacunza.