El 27 de mayo de 2022 se cumple el centenario del nacimiento de Christopher Lee, uno de los actores más importantes y admirados del cine fantástico. En el anterior artículo sobre la prodigiosa vida y obra del intérprete [1] repasamos sus comienzos en el cine y sus primeras interpretaciones como Drácula y la criatura de Frankenstein. En esta segunda parte nos adentraremos en el ocaso de su carrera cinematográfica y su sorprendente incursión en la industria discográfica.
Lee era primo político de Ian Fleming, el creador de James Bond. El escritor pretendía que su primo, y compañero de partidas de golf, asumiese el papel del villano principal de Agente 007 contra el Dr. No (Dr. No, 1962). El Dr. Julius No, un genio del crimen de origen chino, sería interpretado finalmente por Joseph Wiseman, pero Lee tendría más de una oportunidad en su carrera de encarnar a villanos orientales, primero en El terror de los Tongs (The Terror of the Tongs, 1961), y posteriormente en las cinco ocasiones en que se caracterizó con el bigote de mandarín de Fu-Manchú, el cerebro criminal pulp creado por Sax Rohmer.
Finalmente acabaría interpretando también a un villano de 007: Scaramanga, el asesino a sueldo encargado de matar a Bond en El hombre de la pistola de oro (The Man with the Golden Gun, 1974). El actor estaba por aquel entonces hastiado del papel de Drácula. A comienzos de los setenta accedería a protagonizar El conde Drácula (Nachts, wenn Dracula erwacht, 1970), de Jesús Franco, convencido de que aquella sería una traslación fiel de la obra de Stoker. De este modo se convertiría en el protagonista involuntario del filme experimental Cuadecuc, vampir (1971), del cineasta catalán Pere Portabella, rodado en paralelo al largometraje de Franco. Lee participaría en la siguiente película de Portabella, Umbracle (1972), donde por primera vez aparecía en pantalla cantando (en alemán y en francés) y recitando El cuervo, de Edgar Allan Poe.
El chantaje emocional al que le sometían los productores hizo que Lee accediera a encarnar a Drácula para Hammer Films en dos ocasiones más: en Drácula 73 (Dracula A.D., 1972) y Los ritos satánicos de Drácula (The Satanic Rites of Dracula, 1973). Estas películas trasladaban el mito a los años 70, quebrando el encanto victoriano de las primeras entregas. Como reconocería el actor: «Dejé de hacer Drácula porque, en mi opinión, la presentación del personaje había degenerado tanto, sobre todo al traerle a la actualidad, que había perdido todo significado». Aún así volvería a ser al príncipe de las tinieblas en la comedia francesa Drácula padre e hijo (Dracula père et fils, 1976), probablemente por el gusto del actor por la autoparodia.
Otros papeles le resultaron mucho más satisfactorios. Es el caso de Lord Summerisle, que consideraba uno de sus mejores roles, del clásico de culto de terror musical El hombre de mimbre (The Wicker Man, 1975). El filme de Robin Hardy, cumbre del folk horror, destaca tanto por el guion de Anthony Shaffer como por la banda sonora de Paul Giovanni. Lee pudo lucir en la producción su impresionante voz de bajo operístico. Por aquel entonces, el actor ya estaba interesado en grabar un disco, y llegaría a hablar con David Bowie sobre una posible colaboración que, lamentablemente, nunca llegó a ver la luz. En 1977 participaría como narrador en el disco conceptual King of Elfland’s Daughter. A comienzos de los setenta descubrió a la banda Black Sabbath y se hizo fan del heavy metal, un amor que acabaría culminando en una inusual carrera musical en los últimos años de su vida.
En los años 70 trató de distanciarse del género de terror. En realidad, nunca se alejó del todo del cine que le había dado fama. Con su productora Charlemagne Films estrenó un filme fantástico coprotagonizado por Peter Cushing, Noche infernal (Nothing But the Night, 1973), y participó en una de las últimas producciones de Hammer, La monja poseída (To the Devil a Daughter, 1976), donde encarnaba a un siniestro sacerdote. A la vez, colaboraba en superproducciones como Aeropuerto’77 (Airport ’77, 1977) o en productos bochornosos, como Captain America II: Death Too Soon (1979). Probablemente las películas más destacadas del actor, fuera del género de terror, sean la incomprendida comedia bélica de Steven Spielberg 1941 (1979) y el díptico de Richard Lester Los tres mosqueteros (The Three Musketeers, 1973) y Los cuatro mosqueteros (The Four Musketeers, 1974), donde, en el papel del Conde Rochefort, demostraría su habilidad como espadachín, que ya había puesto en práctica en sus comienzos en el cine de aventuras.
En los años 80 parecía que Lee pertenecía a una casta en extinción. Cuando participó en La casa de las sombras del pasado (House of the Long Shadows, 1983), junto a sus camaradas Cushing, Vincent Price y John Carradine, aquello tenía el sabor de un epitafio grupal de los grandes actores del género. Pero Lee, una década más joven que el resto, no solo sobrevivió a sus compañeros, sino que protagonizó un espectacular regreso en el ocaso de su carrera. Antes tuvo que participar en muchas películas mediocres e hizo mucha televisión, pero a finales de los 90 llegó su oportunidad, al protagonizar a Mohammed Ali Jinnah, el padre fundador de Pakistán, en Jinnah (1998), que el actor consideraría la mejor interpretación de su carrera.
Un año después, Tim Burton le invitaría a participar con un pequeño papel en su filme Sleepy Hollow (1999). Sería la primera de varias colaboraciones con el realizador. Además, el actor cumpliría su sueño de grabar un disco. Publicado en 1996, Christopher Lee Sings Devils, Rogues & Other Villains era una colección de temas de óperas y canciones populares cantadas en alemán, francés, inglés e italiano, un anticipo de la inesperada carrera musical del intérprete en sus últimos años de vida.
En pleno s. XXI Lee resurgió de sus cenizas protagonizando las dos sagas más importantes del cine fantástico. Por un lado, George Lucas le confiaría el papel del malvado Conde Dooku (cuyo nombre era un guiño a Drácula) en Star Wars: Episodio II – El ataque de los clones (Star Wars: Episode II – Attack of the Clones, 2002) y Star Wars: Episodio III – La venganza de los sith (Star Wars: Episode III – Revenge of the Sith, 2005), personaje que se convertiría en lo único memorable de las fallidas precuelas.
Por otro, interpretaría a Saruman en la trilogía de El señor de los anillos y en el díptico El Hobbit. Lee era un fanático de la obra de Tolkien. Llegó a conocer al escritor en vida, de modo que fue un asesor muy útil para Peter Jackson. En 2003, el actor colaboraría en el disco At Dawn in Rivendell: Selected Songs and Poems from The Lord of the Rings, recitando poemas de Tolkien y cantando el tema Treebeard’s Song. También colaboraría en temas de la banda italiana de power metal sinfónico Rhapsody Of Fire y del grupo heavy Manowar.
«Lo que siempre he intentado es sorprender a la gente: presentarles algo que no esperaban», dijo en una ocasión el actor. Y, desde luego, pocos esperaban que con 90 años iniciara una carrera como cantante de heavy metal. Lee alternaría sus discos de villancicos metálicos con los álbumes conceptuales Charlemagne: By the Sword and the Cross, publicado en 2010, y Charlemagne: The Omens of Death, de 2013, que giraban en torno a la vida de su antepasado, Carlomagno. Al tiempo que era nombrado caballero del reino y recibía un reconocimiento por su carrera en los premios Bafta, le otorgaban el galardón Spirit of Metal en 2010, de las manos de Tony Iommi, el guitarrista de Black Sabbath.
Christopher Lee estaba acostumbrado a romper récords. Aparecería en el Guinness por tener más títulos de crédito que ningún otro actor, 244, entre películas y telefilmes. Tras ser incluido, aparecería en otras 14 producciones. Fue, además, el actor protagonista más alto del cine. En 2013 lograría otro récord, al convertirse con su villancico heavy Jingle Hell en la persona que lograba un puesto en el Top 100 con mayor edad. Cuando la canción alcanzó el puesto 22 de las listas, Lee tenía 91 años. En 2014 grabaría otro disco de heavy metal, dedicado a la obra de Cervantes. En palabras del actor: «Don Quijote es el personaje de ficción más cercano al metal que conozco. Como solitario, intenta cambiar el mundo sin tener en cuenta sus consecuencias personales. Es un personaje maravilloso».
En el año 2015, Christopher Lee nos abandonaba a la tierna edad de 93 años. Tierna para un vampiro, claro está. Pues en nuestras almas de cinéfilos era tan inmortal como el conde Drácula. ¿Cómo podía morir un hombre que, con más de 90 años, grababa discos de metal? Uno no podía evitar pensar en la anécdota de Peter Lorre en el funeral de Bela Lugosi. Cuando vio al difunto en el féretro, vestido con su capa de vampiro, el siempre ocurrente Lorre dijo: «¿Y si le clavamos una estaca, por si acaso?». En el caso de Lee probablemente habría hecho falta también decapitarle y quemar sus restos. Ya saben, nunca se es demasiado precavido.