Cuarenta minutos es el tiempo que dura el Cuarteto Opus 131 en Do Sostenido Menor de Beethoven. Durante esos minutos los intérpretes deben tocar ininterrumpidamente sus siete movimientos (en vez de los cuatro normalmente establecidos en la forma sonata) siguiendo la indicación attacca del compositor. Pero… ¿cómo hacerlo? Con el paso del tiempo y sin paradas para pequeñas afinaciones, los diferentes instrumentos se desafinarán cada uno a su manera. ¿Qué pueden hacer los intérpretes? ¿Pararse a la mitad y afinar o intentar adaptar su tono al del grupo y llegar al final?
Yaron Zilberman, el director de El Último Concierto, establece en la película un símil entre las vidas de los cuatro integrantes de un cuarteto y esta obra de Beethoven. Para él se trata de «una metáfora perfecta de las relaciones estables, que inevitablemente tienen dificultades y exigen un ajuste constante y una afinación muy cuidadosa debido a las mil formas en que las personas cambian y evolucionan a lo largo de su vida».
Segunda oportunidad
Estos cuatro protagonistas ejercen un equilibrio constante para que el grupo funcione, para que todo suene armonónicamente perfecto. Sin embargo, después de 25 años juntos, las cosas han cambiado y deben adaptarse más, si cabe, los unos a los otros. La enfermedad de su violonchelista, Peter Mitchell, interpretado por el actor Christopher Walker, hace que toda su carrera, su mundo, su esencia, se tambalee y comiencen a sucederse los conflictos. Así, justo en un momento clave renace el egoísmo, la frustración, el cansancio, la represión y el ego. La prueba de fuego o quizás una segunda oportunidad está a la vuelta de la esquina, el concierto conmemorativo de su vigésimoquinto aniversario.
Zilberman hace una lectura de la música y de la profesión de intérprete, en este caso de cuarteto de cuerda, que casa de manera magistral con la vida misma. A veces toca parar, otras seguir adelante, dejar cosas atrás, sentir, dar, reír, compartir, luchar, dialogar, sufrir, ponerse de acuerdo… Los lazos entre los componentes del cuarteto van (como casi siempre) mucho más allá de los meramente profesionales pasando por un arco iris que va de padres e hijos, maridos y mujeres, compañeros, amigos, hermanos, amantes… Al final el nosotros, la amistad por encima del yo, será la salvación, la forma de continuar con ese equilibrio. Esa afinación conjunta que deben buscar cuando interpretan el Cuarteto Opus 131 de Beethoven es mucho más que física, que virtuosismo de experto. Requiere querer por encima de todo el bien común, el bien del grupo, el del amigo de la silla de al lado.
Como decía Arnold Steinhardt, el primer violín del cuarteto Guarneri [1], “ un cuarteto son cuatro personas que dejan brillar su personalidad individual a la vez que encuentran una voz unificada… interminables cavilaciones, discusiones, críticas que… terminan en una interpretación”.