En efecto, unánimemente tenido por uno de los productores decisivos de nuestro cine, su labor trasciende en mucho la del mero productor. Querejeta era un creador de películas, entendiendo por tal el hecho de que, además de ocuparse de la compleja financiación que cualquier propuesta cinematográfica conlleva, cuando hacía suyo un proyecto su actividad se ampliaba con el objetivo esencial de que la película creciese. Con el deseo de que el resultado hiciera posible que a la vuelta de muchos años esa película no sólo pudiera ser vista, sino que lo fuera «con los mismos ojos de sorpresa y novedad que la primera vez».
Gracia Querejeta, su hija, lo decía ayer, emocionada: «No era tanto productor como creador. Él elegía sobre qué iba a versar la película; quién era el realizador adecuado para contar esa historia y, una vez seleccionada la firma, se involucraba con el director en la elaboración del guión, en la correcta elección de los actores y, por supuesto, en el montaje. Nada de las películas que hacía le era ajeno».
Conocimiento más que entretenimiento
Lector perseverante, como él mismo se definía, nada del cine, nada del mundo, le era ajeno, de modo que el compromiso con los problemas de su tiempo y el cine como instrumento de conocimiento más que de entretenimiento fueron dos de las banderas que ondeó a lo largo de toda su existencia.
Por ello, y esa es la razón de estas palabras, hace apenas unos meses, demandada su opinión sobre la subida del IVA, en tono lacónico respondió a una pregunta de quien esto escribe con un escueto y contundente, «no saben lo que están haciendo porque ese 21% de IVA es un arpón, una herida en el corazón del cine y la cultura que va a tardar mucho tiempo en cicatrizar. Esperemos que no sea mortal».
Arpón, herida, muerte. Palabras de Querejeta que hoy cobran especial sentido. Con su ausencia, al cine le han clavado un arpón. Con su muerte, se abre una herida que tardará mucho, mucho tiempo en restañar.