Nacida en el Berlín de la República Democrática Alemana en 1973, Emily Atef se mudó con siete años a Los Ángeles, de donde regresó a Europa a los 13. Tras vivir unos años en Francia y posteriormente en Londres, estudió cine en la German Film Academy de Berlín. Su ópera prima, Molly’s way, ganó, entre otros, el premio al mejor guion en el Festival de Múnich en 2005 y el gran premio del jurado en el de Mar del Plata. Su segundo trabajo, Stranger in me, sobre una joven madre con depresión posparto, fue muy elogiada en la Semana de la Crítica de Cannes.
Atef recibió unos años más tarde una beca Cinefondation del festival francés que aprovechó para escribir su siguiente película, Kill me. Este tercer largometraje fue votado como mejor drama en lengua extranjera en el Festival de Bradford. En 2017 escribió y dirigió Tres días en Quiberon, sobre la última entrevista que concedió la actriz Romy Schneider a la revista Stern. La película tuvo su estreno mundial en el Festival de Berlín y ganó siete premios Lola de la Academia de Cine Alemán, incluyendo los de mejor película y mejor dirección.
– Ha confesado que en la génesis de Más que nunca hay una historia personal…
Sí. Mi madre padeció esclerosis múltiple durante 22 años y después enfermó de cáncer. Estábamos muy unidas y hablábamos de su situación y de cómo se podría ayudar a las personas enfermas a liberarse del sufrimiento. Su enfermedad se convirtió en la preparación de la película. Me ayudó a encontrar fuerzas para decirle: ‘Mamá, no tienes que hacer quimioterapia si no quieres, no tienes que alargar tu sufrimiento’. Desde que era niña he pensado a menudo en este momento del final de la vida. ¿Cómo podemos irnos sintiéndonos bien, tan libres como sea posible? ¿Cómo podemos escaparnos de las presiones y encontrar nuestra propia manera de aceptar la enfermedad y, si es necesario, la muerte? De eso trata la historia de Hélène, la protagonista de Más que nunca.
– El viaje que ella emprende está lleno de luz, ¿buscó restar dramatismo a una circunstancia tan trágica como la que vive Hélène?
La muerte siempre se describe como algo terrible, oscuro, trágico. Yo no lo veo de esa manera. Para mí la muerte no es algo fúnebre y macabro. Por supuesto, perder a un ser querido es muy triste y desgarrador, pero para la persona que se va no debería ser así. Desafortunadamente, la muerte tiene mala reputación en nuestra sociedad. Preferimos evitar el tema, pero deberíamos hablar de ello. Me gustaría despertar en el público el deseo de discutir este asunto con sus allegados. El final de la vida no debería ser un tabú.
– ¿Por qué eligió Noruega como país al que viaja la protagonista?
Por su luz. En Noruega, en verano, no hay noche. El sol no se pone, no oscurece. Esto me pareció que enlazaba con los testimonios de personas que han experimentado una muerte médica. Todos hablan de esta luz en el momento de dejar este mundo, y de formas blancas. Durante el rodaje traté de encontrar una luz que evocara esta revelación algo mística. Al mismo tiempo, cuando Hélène llega allí, la luz es tan fuerte y omnipresente que le asalta e impide dormir. Es una experiencia que al principio tiene un aspecto hostil, desagradable.
– ¿La naturaleza también como protagonista?
Así es. Quería mostrar que la naturaleza es más grande que nosotros, más grande que Hélène y su enfermedad. La naturaleza es impresionante y atemporal. Es indiferente a nuestros problemas y a nuestros miedos. En medio de los fiordos una se vuelve humilde.
– ¿Puede hablarnos de la enfermedad de Hélène?
Padece fibrosis pulmonar idiopática, una enfermedad catalogada como rara. Los pulmones se endurecen, se vuelven menos elásticos, hasta que ya no entra aire y la persona no puede respirar. No se sabe su origen ni cómo tratarla. Un trasplante puede ayudar por un tiempo, pero no siempre. La enfermedad simboliza la vida de Hélène. Es una mujer joven que nunca ha vivido realmente la vida que quería vivir. Nunca ha podido ‘respirar’ como quería. Se ha ocupado de su madre, de su pareja y su existencia es cada vez más claustrofóbica, más asfixiante. Paradójicamente, esta enfermedad le permitirá optar por la emancipación. Cuando decide irse comienza a respirar. Se convierte en ella misma.
– Y, de fondo, una intensa historia de amor…
Sí. No hay mayor prueba de amor que amar dejando ir al otro. Matthieu, la pareja de Hélène, es para mí el héroe de la película porque le permite a ella llegar el final de su vida como realmente quiere. Entiende que tiene que dejarla ir.
– Sin embargo, al principio le resulta muy difícil aceptar que ella se niegue a cuidar de sí misma…
Sí, al principio. Es una persona que lucha por lo que quiere. Nosotros, los vivos, nunca solemos pedir la opinión de los moribundos. Creemos saber lo que quieren, porque, por egoísmo, no queremos que se vayan y nos dejen. Queremos estar allí hasta su último aliento. A menudo, las personas que rodean al enfermo parecen sufrir casi más que él y es éste el que tiene que consolarlos. Esa situación es agotadora para Hélène. Tiene que gastar una energía extraordinaria en convencer a Matthieu, en tranquilizar a sus amigas y en animar a su madre, que se derrumba. Las palabras del personaje al que ella visita, soberbiamente interpretado por Bjorn Floberg, lo resumen todo: “Los vivos no pueden entender a los moribundos”.
– Mister es el anfitrión noruego de Hélène, ¿por qué es importante su papel?
Él es como un barquero. Gracias a él, a su blog, donde se burla de su enfermedad y de su muerte, Hélène toma una decisión: la de irse. Tiene una forma muy clara e irónica de afrontar su situación. Según su opinión, nadie puede elegir las condiciones de nuestra muerte por nosotros. Es partidario del libre albedrío. Eso permitirá que Hélène se encuentre a sí misma, que haga su propio viaje sin ser ni presionada ni empujada en ninguna dirección.
– La película muestra cómo una pareja puede reinventarse y soportar la prueba más dura de todas.
Por eso sólo hay una escena de amor. Y ésta llega al final. Hélène y Matthieu finalmente están en sintonía. Pueden amarse más que nunca porque él acepta con todas las consecuencias lo que ella necesita. En esta escena captamos el increíble amor que se tienen. Cuando aceptan la idea de la muerte y de no acabar su vida juntos.
– La interpretación de Vicky Krieps resulta conmovedora, ¿tuvo claro que ese papel tenía que ser para ella?
Somos vecinas en Berlín. Nos conocemos desde hace casi diez años e hizo un cameo en mi última película, Tres días en Quiberon. Un día nos reunimos en un café y en una hora le presenté toda la película. Cuando terminé, Vicky estaba llorando y me dijo: no necesito leer el guion. Lo haré. Es una actriz extraordinaria, tiene algo extraño y atemporal. Es sensible y muy fuerte. Ella me inspiró mucho.
– La puesta en escena en la película está dividida en dos, con la primera parte en la ciudad y la segunda en medio de la nada, ¿por qué?
En la parte de Burdeos intentamos montar un mundo muy claustrofóbico, donde Hélène nunca sale. Filmamos su apartamento con las persianas cerradas, con el sonido apagado de la ciudad. Está atrapada en una depresión, porque los que la rodean no entienden sus sentimientos, salvo Mister, el bloguero noruego que pasa por la misma situación: está vivo y sabe que va a morir.
La llegada de Hélène a Noruega, la segunda parte, se filmó como un nacimiento. Las imágenes se abren. Vicky se vuelve muy pequeña y se mezcla hasta que desaparece en el paisaje. Se sumerge en el agua y se funde con la naturaleza. Las inmersiones son como un viaje al otro mundo. Un viaje difícil y hermoso. Y cuando sale del agua es también un nacimiento, como cuando se sale del líquido amniótico, pero para ir hacia la muerte.
-Podemos decir que su película no es una historia de sufrimiento sino de emancipación, ¿una película sobre la libertad?
Exactamente. Es una película sobre una mujer que se libera eligiendo dejar este mundo como realmente quiere.
– Su filme anterior, Tres días en Quiberon, también mostraba a una mujer a la deriva, sola frente al mar… Era la actriz Romy Schneider cuando empezó a enfermar gravemente. ¿Por qué ese deseo de filmar mujeres en este momento de sus vidas, cuando están a punto de desaparecer?
Me interesa ese momento del viaje existencial de una mujer, cuando intenta salir de ese agujero en el que se ha perdido. Es un momento en el que no se le comprende, en el que constantemente se le dice qué hacer. Tiene que encontrar la manera de encontrar su equilibrio y liberarse, para saber lo que realmente quiere. Para Romy era tomarse un descanso y estar con sus hijos. Para Hélène es buscar el lugar donde dejarse llevar y vivir sus últimos momentos.
– Inevitable es hablar de Gaspard Ulliel en su última interpretación. ¿Qué recuerdo guarda de él?
Fue terrible. Cuando recibimos la noticia de su accidente estábamos terminando la edición y el montaje. El día que murió estuvimos comunicándonos por mensajes de voz. Durante el rodaje, Gaspard me había manifestado sus dudas; tenía miedo de no haber estado a la altura de la película. Era un perfeccionista, un actor exigente que dudaba de sí mismo, del personaje, de la película quizás. Le respondí en este mensaje de voz que estaba muy feliz con la película, con él y con la química que había construido junto a Vicky. En el último plano de la película es él el que desaparece en un barco. Estábamos abrumados porque parece un presagio. Recuerdo a Gaspard constantemente y recuerdo lo feliz que fue durante el rodaje. Debido a la pandemia solo un grupo muy pequeño del equipo francés pudo viajar a Noruega. Éramos como una familia atrapada en cuarentena en un lugar absolutamente mágico. Fue una experiencia extraordinaria que nunca olvidaré.