La música country como emblema del Lejano Oeste que suena en una pradera de la Francia rural es la puerta de entrada de este filme que en sus primeros planos nos sitúa en una fiesta de amantes del estilo vaquero. Ahí está sobre el escenario la banda en la que Alain despliega nostálgicas letras que invitan al baile. Él mismo sacará a la pista a su hija Kelly mientras su esposa y Kid, el hijo pequeño de esa familia bien avenida, animan a los bailarines.
Pero a media tarde Kelly desaparece y lo que en principio parece una chiquillada va transformándose, con el paso de las horas, en un enigma con mala pinta. En las siguientes jornadas los peores augurios se confirman y, al tiempo que la familia se desmorona, Alain inicia una obsesiva búsqueda por recuperar a su hija.
Siguiendo pistas difusas y con el único apoyo de su hijo, que en el empeño sacrificará su juventud, Alain viajará a lo largo de años a lugares remotos y siniestros y se dejará en el camino todo lo que tenía, sin aceptar que la desaparición no fue producto de un secuestro, sino un hecho buscado por una hija que siguiendo a un joven musulmán acaba siendo captada por el yihadismo.
Sin juicios de valor
Lo que viene después hace de esta película una propuesta interesante y compleja que huye de los juicios de valor y tiene en sus dos protagonistas, el belga François Damiens como atormentado padre al que la situación transforma en un animal salvaje, y Finnegan Oldfield, el hermano, como joven víctima de una desquiciante realidad que se le escapa, dos magníficos intérpretes que nos hacen creer que lo que vemos le puede suceder a cualquiera. A cualquier familia. Y lo hacen planteando dos miradas, dos puntos de vista, opuestos pero complementarios.
La película supone la ópera prima como director de Thomas Bidegain, sólido guionista -habitual con Jacques Audiard-, que tiene en su haber reconocidos títulos como Un profeta o De óxido y hueso, por los que ganó el César al mejor guion, además de ser el artífice del libreto de La familia Bélier o Saint Laurent.
Respecto a la complejidad de la cinta, el propio Bidegain ha declarado que su apuesta esconde cuatro películas: «Al principio es un thriller sobre la investigación para encontrar a una persona desaparecida. Después muta a un drama paterno-filial. De ahí pasa a un relato de aventuras, para acabar convirtiéndose en una historia de amor».
Intensa en cada plano, Mi hija, mi hermana logra, a través de un guion que no da tregua, zarandear al espectador y mostrarle que la seguridad puede ser una utopía incluso en aquellos ámbitos que, en principio, no inducen a pensarlo.
Detrás de esa búsqueda hay mimbres para que cada cual reflexione sobre temas tan diversos como hasta dónde puede o debe llegar la lealtad, hasta dónde el sacrificio por alguien que no lo pide, qué añade y qué resta la multiculturalidad cuando se transforma en conflicto y, en definitiva, a qué llamamos libertad y a qué «final feliz».
Dirección: Thomas Bidegain
Guion: Thomas Bidegain, Noé Debré
Intérpretes: François Damiens, Finnegan Oldfield, Agathe Dronne, Ellora Torchia, John C. Reilly, Antoine Chappey, Maxim Driesen, Jean-Louis Coulloc’h, Gilles Treton, Francis Leplay, Djemel Barek, Mounir Margoum, Leïla Saadali, Laure Calamy, Antoine Régent, Antonia Campbell-Hughes, Iliana Zabeth
Fotografía: Arnaud Potier
Música: Raphael Haroche, Moritz Reich
Francia / 2015 / 114 minutos