Esta falta de objetividad o, dicho de otro modo, esa tendencia mitómana que arrastra buena parte del cine estadounidense, acaso sea el escollo principal, uno de los pocos “peros”, de una propuesta cinematográfica que, al margen de arrasar en las pantallas del mundo, tiene a su favor múltiples elementos, entre los que no resulta menor el impecable rescate del ambiente de aquellos años de pólvora y plomo, de aquel Chicago enfermo; de aquel mundo en descomposición.
En el fondo estamos ante otra de buenos y malos, pero en este caso al revés. Los que deberían figurar como salvadores quedan fijados en la pantalla como carentes de alma y principios y los que, de asalto en asalto, viven instalados en el lado más turbio de la ley, terminan por parecernos mucho más humanos.
La historia
La historia que Mann rescata ahora había sido ya filmada en 1945 por Max Nossecck, en una versión cruda en la que el relato del padre del forajido servía de hilo conductor. En 1973, también como Dillinger, John Milius volvía sus ojos de nuevo y con desigual resultado al legendario personaje. Pero una vez más aquello de que nunca segundas o terceras partes fueron buenas es falso porque esta nueva propuesta supera en casi todo a las anteriores.
Las tres nos instalan en el Chicago de los años 30 del pasado siglo ante un hombre que tras pasar casi diez años entre rejas se convierte en el ladrón de bancos más famoso de Estados Unidos. Su leyenda crece paralela a la dimensión de sus desfalcos y a su casi mágica capacidad para escurrirse de las manos de sus perseguidores.
En esos años de locura, Dillinger hizo pandilla con la que atracó los principales bancos. Entró y se fugó de la cárcel. Se hizo la cirugía estética. Se enamoró perdidamente. Protagonizó cientos de titulares y se convirtió en una especie de leyenda viva hasta que fue traicionado por una de sus amigas más leales.
Así fue. Todo acabó en Chicago (no podía ser en otro lugar) a las diez y veinte de la noche del 22 de julio de 1934 con dos tiros en el pecho y otro en la nuca. John Dillinger salía del cine Biograph tras ver El Enemigo Público Número 1 protagonizada por Clark Gable. En la calle y gracias al chivatazo de una de sus acompañantes, le esperaba el agente Melvin Purvis y sus hombres, que habían sido contratados por los responsables de un naciente FBI para cazarle.
Dicen que las últimas palabras del abatido las pronunció, ya sin aliento apenas, en la oreja de uno de sus captores dirigidas a la mujer que había encontrado años atrás y que le acompañó, desde aquel primer encuentro, en todas sus andanzas: “Hasta la vista, mirlo blanco”.
La película
Mann, el director, nacido en Chicago a pocas manzanas del cine en el que Dillinger sucumbió, ha confesado que ya desde niño se sintió fascinado por el personaje. Desde mediados de los 70 manejó distintos guiones sobre el tema, hasta que encontró y decidió adaptar el texto firmado por Bryan Burrough, asiduo colaborador de The New York Times, destinado a una serie televisiva que nunca llegó a ver la luz.
El resultado en la pantalla tiene muy poco desperdicio. Leonardo di Caprio, que fue la primera opción como protagonista, renunció y Johnny Depp, que probablemente ha cuajado el mejor papel de su carrera, construye todo lo que el personaje requiere: un punto de cinismo, otro de galán desvergonzado, aquel que nos lo presenta como casi noble, la mirada de piedra del asesino y la ternura, el riesgo, la egolatría, la sinrazón del despiadado, el miedo ante la muerte.
Le acompañan, y sobrados, un convincente Christian Bale en el papel del perseguidor Melvin Purvis y, desplegando todo un arsenal de sutilidad y matices, Marion Cotillard, dando vida a Billie Frechette, el mirlo blanco del gánster.
Todo bien pero llega el “pero” ya comentado al principio de estas líneas. Un pero que no tiene nada que ver con la ética (aunque en el fondo gravite tal cuestión), ni con lo conceptual, la moralidad o incluso con lo socialmente aceptable, si no con lo real, con la verdad, con la historia. Y esto es grave si consideramos que, ante y sobre todo, Enemigos Públicos pretende rescatar un trozo del pasado a través de la biografía concreta de alguien que existió. Y en ese sentido la manipulación se convierte en un “PERO” con mayúsculas. Por lo demás, lo dicho: todo bien.
Enemigos públicos
Dirección: Michael Mann
Intérpretes: Johnny Depp, Marion Cotillard, Christian Bale, Jason Clarke y Billy Crudup.
Estados Unidos / 2009 / 140 minutos