Empresa ésta en realidad imposible teniendo en cuenta que no conocí a Fernando Fernán-Gómez (FFG) aunque forme parte de mi vida como solo lo hacen algunos amigos y familiares. Así que nos conformaremos con rastrear algunos vínculos, a todas luces ridículos para cualquiera menos para el autor de estas líneas. Más o menos traídas por los pelos, estas conexiones están también ligadas a tres mujeres, amantes y amadas, esenciales en la trayectoria del actor, director, guionista, ensayista, dramaturgo, articulista, etc.
María Dolores Pradera, aparte de haber popularizado en España y cantado con más clase que nadie el gran repertorio hispanoamericano, trabajó en varias películas con Fernán-Gómez, entre ellas una de esas rarezas maravillosas que atesora el cine español. Vida en sombras, película de Llorenç Llobet-Gràcia del año 1948, tardó varios años en estrenarse por problemas con la censura y pese a ser aún hoy poco conocida no deja de ganar adeptos entre los cinéfilos de paladar. Faltaban aún muchos años para que ella sacara, acompañada de Los Gemelos, su primer disco a mediados de los sesenta con Amarraditos a la cabeza [1]. En cambio, faltaba mucho menos para que él fuera consolidando su popularidad como actor en la gran pantalla (Botón de ancla, Balarrasa) y apenas un lustro para que debutara como director.
Eran los dos tan extraordinarios de aspecto y maneras, ambos tan ocurrentes y seductores cuando tomaban la palabra que, como escribió Luis Alegre hace un par de años, amigos suyos como Paco Rabal o Lola Flores les preguntaban en broma si eran hermanos. Caracteres que causaban asombro y que acabaron siendo incompatibles. Se habían conocido en 1943 y se habían casado un mes de agosto de dos años después, tuvieron dos hijos, se separaron a finales de los cincuenta y pudieron finalmente divorciarse varias décadas más tarde.
Un servidor ya había descubierto que FFG era el hombre tras la cámara de El extraño viaje y El mundo sigue [2], la mente creadora de la obra Las bicicletas son para el verano, el actor de muchas, muchísimas, de las mejores películas de nuestro cine y el autor de uno de los grandes libros de memorias del siglo pasado (El tiempo amarillo), cuando supe de dos casualidades que me hicieron verdadera ilusión, que me colmaron de felicidad: que en el reportaje fotográfico de aquella boda participó el abuelo de mi mujer y que la hija del matrimonio, Helena, fue compañera de clase de mi madre en los años cincuenta; seguramente cuando FFG ya había empezado su historia sentimental con Analía Gadé.
No sabemos cómo se enfrió la relación porque la discreción de FFG para estas cosas era legendaria pero sí sabemos por él mismo que echaba en falta en su vida “la posibilidad de aventura, el estar abierto a lo desconocido”. Esa renovada actitud coincidió con la irrupción de Analía en el cine español. Recién llegada de Argentina, conoció a FFG en el rodaje de la película Viaje de novios. Luego fue, entre otras, una de Las muchachas de azul y también Una muchachita de Valladolid, pero brilló especialmente bajo la dirección del genio pelirrojo con quien interpretó tres cintas absolutamente deliciosas, La vida por delante, La vida alrededor y Solo para hombres.
Parece que al romance le puso punto final ella cuando se enamoró locamente del actor Vicente Parra. Muchos años después de todo esto, Analía Gadé sufrió un infarto cerebral del que se recuperó y que le hizo merecedora de una distinción ligada al Día del Ictus del 2001 que otorgaba la Sociedad Española de Neurología. Trabajando en la organización de la rueda de prensa que celebramos –ya no recuerdo si en el Ritz o en el Palace- pude conocerla si bien no reuní el valor necesario para molestarla piropeando su trabajo en las películas antes citadas.
Llegan los setenta y en la vida de FFG hizo su entrada otra belleza de talentos múltiples. Emma Cohen trabajó a las órdenes de su nueva pareja en ¡Bruja, más que bruja!, Mambrú se fue a la guerra, El mar y el tiempo y en la mejor película de su etapa final, El viaje a ninguna parte. Fernán-Gómez hizo lo propio y participó en unos cuantos cortometrajes con Emma como directora. A medida que fueron pasando los años, los dos fueron dedicando más tiempos a su faceta literaria (artículos, seriales de radio, teatro, novela…).
A partir de los años noventa la salud de él se achicaba y la generosidad de ella se agrandaba renunciando al cine para cuidar de su marido hasta el final. Previamente, en 1980, se concedieron un año sabático tras una década de relación. Tuvo Emma entonces una historia de amor con el novelista Juan Benet, que provocó el derrumbe anímico de Fernando hasta que decidió volver con él. “De destrozo en destrozo, de derrota en derrota, amable lector, ha ido transcurriendo mi vida sentimental”, escribió FFG en plena crisis.
Justo un año antes de aquello, ambos trabajaron en oculto pero dejándose oír: él escondido en un dibujo animado, ella haciendo hablar a un muñeco enorme. Por eso, seguro que para muchos de los que fuimos críos a finales de los setenta la voz de Don Quijote será siempre la de FFG. Emma, por su parte, puso voz, nada más y nada menos, que a la gallina Caponata. Suyas son las primeras palabras que escuchamos cuando se estrenó Barrio Sésamo.
Cuánta gracia, libertad y talento acumularon María Dolores, Analía, Emma y Fernando. Pese a todas las rupturas mencionadas, qué gusto comprobar cuánto se quisieron, admiraron y respetaron mientras estuvieron por aquí. Cuánto les echamos de menos.