Encarnó sus primeros papeles en obras teatrales escolares. Más tarde estudió arte dramático y se graduó en la Universidad de Yale. Después se trasladó a Nueva York y recorrió de abajo arriba los teatros de Broadway, llevando en la mano libretos de Shakespeare, Tennessee Williams, Arthur Miller… Comenzó a controlar el arte y la técnica de la interpretación como nadie y a transmitir veracidad en cada uno de sus gestos. Cuando por fin se puso ante una cámara de cine, ya era capaz de meterse en la piel y en los entresijos interiores de cualquier personaje que le propusieran, por muy difícil que pudiera parecer. El público se enamoró de ella desde el principio por su talento, aunque, si se lo proponía, también podía resultar una mujer atractiva, incluso erótica.
Ha llenado el último medio siglo de cine de personajes inolvidables, independientemente de la calidad de las películas o de la mayor o menor duración de sus actuaciones, sin que sus meticulosos trabajos se resintieran por los parones temporales que dedicó a criar a sus cuatros hijos (“los años maternales”), fruto de su matrimonio con el escultor Don Gummer, tras la trágica muerte de su primer marido, John Cazale, con quien coincidió en el reparto de El cazador (1978), la conmovedora obra de Michael Cimino acerca de los devastadores efectos de la guerra en la vida de la gente corriente.
Después vendría todo un recital interpretativo: desde la compleja Joanna Stern, capaz de abandonar a su marido y a su hijo en el drama Kramer contra Kramer (1979), hasta la sencilla Francesca de Los puentes de Madison (1995), la mujer que prefiere no bajarse de la camioneta de su marido y despedirse con el gesto y la mirada de quien la espera bajo la lluvia y ha despertado por unos días su pasión amorosa, olvidada en la rutina de su matrimonio; desde la sensible Sarah/Anne, el personaje desdoblado y doblemente enamorada de La mujer del teniente francés (1981), a la rígida y ambiciosa Margaret Thatcher de La dama de hierro (2011); desde la dulce pero atormentada Sophie, que trata de sobrevivir a su pasado, protagonista de la desgarradora La decisión de Sophie (1982), a la firme y audaz Katherine Graham, propietaria del Washington Post, en Los archivos del pentágono (2017); desde su encarnación de la escritora danesa Karen Blixen (Isak Dinesen) en el apasionado amor vivido con un cazador aventurero, incapaz de renunciar a su independencia, que nos cuenta la espléndida Memorias de África (1985), a la fría Miranda, la poderosa editora de El diablo viste de Prada (2006).
Y, en medio de ellas, no se puede olvidar su recreación de la vida de Clarissa Vaughan en un solo día… y, en ese día, toda su vida, en Las horas (2002), la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Michael Cunningham que tiene a la escritora Virginia Woolf como protagonista, o el pasmo admirativo que provoca su interpretación de la estricta hermana Aloysius en La duda (2008). Tampoco otros dramas y comedias de nombre no dicho que configuran las múltiples caras de una actriz asombrosa y jalonan una trayectoria cinematográfica más allá de cualquier elogio.
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