Llegó a Madrid con el uso de la razón recién estrenado, aunque no perdió el uso de la intuición, que tantas veces le había salvado en sus juguescas infantiles y tantas veces le salvaría en sus futuras correrías. Vendió pipas, cacahuetes, golosinas. Era tan pobre como Charlie Bucket y tan poco avaricioso como él, pero la suerte le llegó solo para trabajar en una fábrica de chocolate, pero no para heredarla, por lo que se tuvo que meter a electricista en unos estudios de cine…, y esa sí que fue su fortuna. Amplió la familia: se echó por padrino a Dámaso Alonso, por tío a Luis Buñuel, por compadre a Raúl del Pozo, por buen amigo a Fernando Fernán Gómez y por compañera a Asunción Balaguer.
A partir de ahí, no le tuvo jindama a la responsabilidad ni al fracaso, sino al morlaco de cada día capaz de quitarte los pies del suelo, y se dedicó a crear personajes carismáticos: fue Nazario, el cura con un sentido de la caridad cristiana muy particular; Max Estrella, el poeta de odas y madrigales; Goya en Burdeos; El Muecas, en aquel tiempo de silencio que asolaba Madrid y España entera; Ginés Giménez, un truhan muy profesional; Juncal, el torero campechano y vividor con cierto aire mairenero…, y, sobre todo, fue Azarías, con su milana bonita al hombro y su estar fuera del mundo, dándose cuenta de todo. La vida pasa en un vuelo… y Paco se quedó mientras volaba en un rabal de la Vía Láctea, a la espera de entrar en el Paraíso y cantarle al sursuncorda sus versos y ripios, sus trovos y coplas.
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