En realidad se trata de expresar la realidad subjetiva, atomizada, contradictoria y polisémica de nuestro tiempo utilizando otra forma de hacer literatura”, nuevas maneras de escribir y nuevos modos de leer, que intentan escurrirse de los intentos de definición, delimitación o adscripción restrictiva a la ficción tradicional (novela, cuento), al ensayo o a la poesía, y que encuentra en las redes sociales un eco extraordinario. Una propuesta literaria diferente para una época cargada de hibridaciones culturales y mestizaje social, una propuesta literaria distinta y diversa para definir, criticar o parodiar con agudeza y chispa la ética y la estética de nuestro mundo.

El término de microrrelato fue utilizado por primera vez por José Emilio Pacheco en Inventario (1977), le dio carta de naturaleza la investigadora Dolores Koch a principios de los años 80 del pasado siglo y ha sido ampliamente difundido, especialmente en Argentina y en España, por David Lagmanovich. No obstante, en algunos países de Latinoamérica se utilizan otras denominaciones como minificción (México) o minicuento (Venezuela, Colombia, Chile). Pero estas no son sino las expresiones que han tenido más éxito del sinfín de nombres utilizados, algunos bastante ingeniosos: cuento bonsái o liliputiense, relato cuántico o microscópico, textículo, short-short-history, sudden fiction, flash fiction.

Es difícil establecer qué es en realidad un microrrelato. No obstante puede buscarse una aproximación al mismo planteándolo como una “minificción en la que predomina la narratividad”, pero compartiendo elementos comunes con las otras dos formas de minificción: la lírica, especialmente con la prosa poética y el haiku, y la didáctico-ensayística, que presenta una amplia variedad de formas, como son el aforismo, el proverbio, la fábula, la parábola, la greguería, el epitafio, etc.

Por otra parte, el microrrelato puede ser considerado como el último eslabón de la cadena narrativa: novela, novela corta, cuento, cuento corto y MCR, y, aunque pueda ser diferenciado del resto, presenta características cercanas con ellos. Decía Italo Calvino en sus Seis propuestas para el próximo milenio que para que la literatura continuase viva eran necesarias “ligereza, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y consistencia”. Pues bien, todas estas cualidades aparecen de una u otra manera en el MCR.

Abarcan las más diversas temáticas, desde la ficción pura hasta la intertextualidad y el metacuento. Se puede inventar, pero también se puede descubrir en otras construcciones literarias más anchas, largas o seguidas, o se puede crear a partir de materiales preexistentes, valiéndose para ello de todos los géneros y subgéneros brevísimos con los cuales llega a formar interesantes juegos literarios.

Puede también convertirse en materia cinematográfica, como lo prueban estos tres ejemplos: el primero de ellos es del genial José Luis Alvite: “Fellini y los surrealistas italianos explicaban el alma metiéndola en el cuerpo de Sofía Loren”; el segundo pertenece al maestro Jorge Luis Borges: “Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfalleciera Matilde Urbach”; el tercero no puede ser otro que el célebre de Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, texto que se adelanta más de 30 años a cualquier escena de Parque Jurásico.

Pero el cine es también un cofre del tesoro en el que se pueden encontrar verdaderas joyas del texto breve, como aquellos fotogramas del beso encadenado entre Ingrid Bergman y Cary Grant que, para salvar la censura mojigata de los años 40, Alfred Hitchcok tuvo que desarrollar en secuencias no más largas de tres segundos.

Para rendir homenaje a quienes tanto nos han hecho disfrutar al otro lado de la pantalla, detrás de la cámara o escondidos entre los diálogos de un guion, iniciamos hoy esta serie de Fotogramas literarios.


El hombre mosca

Trepaste por el rascacielos para sentirte el hombre más exitoso del planeta y no el dependiente de unos grandes almacenes que no podía pagar el alquiler de un cuartucho compartido. Al fin pudiste detener las agujas del reloj y no caer en el vacío del tiempo. Agarrado a ellas, te balanceas como si fueras el péndulo de un reloj de pared. Ahora eres tú el que marcas el tic-tac de la ciudad bajo tus pies. A esa altura en la que te meces puedes oír el sonido más hermoso del mundo: la risa de los espectadores, convencidos de que eres el cuco que ha salido del reloj a dar la hora. Y también el latido de tu amada, persuadida ya de que eres el personaje de tus cartas, el protagonista de tu propia vida.