No siempre fue así. Una década después del final de la barbarie nazi, época en la que la película nos sitúa, con mejor o peor voluntad buena parte de la sociedad alemana se alía con el olvido. Entre quienes parecen más interesados en pasar página se encuentran los responsables políticos que, con un pasado muy poco claro respecto a su vinculación con los nazis, intentan encubrir a los responsables del Holocausto.
Preparados para la verdad
“La nueva generación alemana está preparada para descubrir toda la verdad en relación con todo lo que a sus padres aún les resulta difícil superar. No podemos estar orgullosos de los bosques o de Goethe, no los hemos creado nosotros, solo podemos estar orgullosos de la bondad que creemos».
El caso Fritz Bauer recoge en sus primeros planos el documento real en el que el juez pronunció estas comprometidas palabras en el curso del programa de televisión La Bodega, que conmocionó a la sociedad germana de su tiempo.
Tras estas declaraciones Bauer sentirá el apoyo de una parte de los jóvenes que ven en sus palabras las bases de una Alemania alejada del siniestro pasado reciente. Aunque seguirá teniendo que soportar las presiones y las amenazas de muerte.
Tras un corte a negro, la película nos traslada a Frankfurt en los últimos años de la década de los 50. En el baño de su casa Bauer yace en la bañera sin conocimiento. Desbordada, el agua corre por el suelo. La escena hace temer lo peor al secretario del juez que le trae la compra… pero ha llegado a tiempo de salvarle la vida. Fritz Bauer no está muerto, y en los siguientes años todavía le quedaría más de una década de vida consagrada a reconciliar al pueblo alemán con la justicia, con la verdad.
Sin juicios de valor
El fiscal general Fritz Bauer (Burghart Klaußner en un papel de una sobriedad extraordinaria al que no le sobra ni un solo gesto) es el eje de una historia, que la película recoge sin emitir juicios de valor, que tiene mucho de thriller en la forma de reflejar la inquebrantable voluntad de un hombre por reparar la injusticia y enfrentarse a quienes, en el marco de una prosperidad social y económica indudable, encubren sus gravísimas responsabilidades.
Resulta clave en la trama histórica reflejada la recepción por parte de Bauer de una carta que recibe desde Argentina advirtiéndole de la presencia en aquel país de Adolf Eichmann, uno de los “capos” del entramado nazi y directo responsable de la “solución final”. Es en ese punto en el que la película juega eficazmente (encuentros y viajes secretos, conversaciones en la sombras, persecuciones…) con las fórmulas clásicas del cine de espías.
Fritz Bauer informó al servicio secreto israelí, el Mosad, sobre la dirección de Eichmann, información que le proporciónó el ex preso del campo de concentración de Auschwitz Lothar Hermann, que vivía en Argentina.
Bauer desconfiaba de la justicia y la policía alemana (temía que desde esas instituciones se previniese a Eichmann) y se dirigió a las autoridades de Israel. En los porqués de esta acción, muy criticada en su momento en su entorno, hay que considerar que la llamada de Bauer pidiendo al gobierno federal que solicitase la extradición de Eichmann había sido inmediatamente rechazada.
La información de Bauer fue el impulso decisivo para la captura de Eichmann. Como ha señalado el director Lars Kraume, “Bauer tenía la convicción de que poner a un personaje como Eichmann ante la justicia era el exorcismo que la sociedad alemana necesitaba para mostrar sus heridas y comenzar a construir con éstas ya cicatrizadas”.
El final
Bauer fue hallado muerto en la bañera de su apartamento de Frankfurt el 1 de julio de 1968 en las mismas condiciones que recrea la escena inicial de la película. Se hallaron somníferos en su organismo y, oficialmente, se atribuyó a un suicidio. Pero el rechazo a una obducción judicial y su apresurada incineración han levantado dudas razonables sobre la naturaleza de su muerte.
Hoy nadie se atreve a cuestionar que la obra de Fritz Bauer sirvió para la reconstrucción de la justicia democrática, para la persecución penal coherente de las injusticias nazis y para la reforma del derecho penal germano.
Los procesos de Auschwitz (1963–1981) -el primero de ellos se inició finalmente contra veintidós acusados ante el tribunal provincial de Fráncfort en diciembre de 1963- nunca se habrían llevado a cabo sin su incansable esfuerzo. Si bien la mayoría de los inculpados sólo pudieron ser juzgados como cómplices de asesinato y condenados a pocos años de prisión, es mérito de Bauer, a través de estos procesos, haber introducido e impulsado a partir de mediados de la década de los 60 la discusión pública y el análisis serio del Holocausto.
«La dignidad del ser humano es inviolable», frase que encabeza el primer artículo de la Constitución germana fue colocada en el edificio que alberga la fiscalía de Fráncfort a iniciativa de Bauer.
A instancias del Ministerio Federal de Justicia y Protección al Consumidor de Alemania, en 2014 se instituyó el Premio Fritz Bauer sobre derechos humanos e historia jurídica.
Dirección: Lars Kraume
Guion: Lars Kraume, Olivier Guez
Intérpretes: Burghart Klaubner, Ronald Zehrfeld, Dani Levy, Sebastian Blomberg, Laura Tonke, Robert Atzorn, Michael Schenk
Música: Christoph M. Kaiser, Julian Maas
Fotografía: Jens Harant
Alemania / 2015 / 105 minutos