La carrera de Davis se estira a lo largo de más de cinco décadas, pero la película dirigida por el hasta ahora actor Don Cheadle (Iron Man, Ocean’s Eleven) se ciñe al convulso período en que el músico se atrinchera en su casa en la que acaso sea su época menos brillante como compositor. Ese período en que, paradójicamente, se obsesiona con que le están robando sus ideas, su creatividad.
Últimas composiciones
En ese momento entra en su vida un periodista de la revista Rolling Stone, al que presta cara Ewan McGregor, quien tras el rechazo inicial y no pocas idas y venidas ayuda al músico a recuperar una cinta en la que están grabadas sus últimas composiciones.
La buena factura global de la película pierde fuelle al enmarañarse en esta búsqueda llena de persecuciones que acerca, aunque sólo en determinados momentos pues rápidamente recupera tono, a una más de esas series televisivas de sobremesa llenas de situaciones límite.
Davis (1926 – 1991), hijo de un dentista y de una profesora de música, no responde al prototipo de genio surgido de la pobreza, pues creció en el seno de una familia afroamericana de clase media alta en East St. Louis, Illinois, que le inculca desde muy pronto el amor por la música. A los doce años comienza a recibir clases de trompeta en las que destaca desde el primer momento. Comienza a tocar en bares de la ciudad y a los 16 años ya actúa durante los fines de semana en otras localidades.
Retrato fragmentado
Sin recurrir a flashbacks discurre la historia entre mediados de los 70 y los últimos años de los 50 para reflejar, en una visión valiente del retratado, dos épocas distintas y marcadas por el despuntar de un genio y el conocimiento del amor, y sus posteriores problemas matrimoniales con Frances Taylor (Emayatzy Corinealdi), la que había sido su musa en el pasado y con la que mantuvo una turbulenta relación provocada por las infidelidades y abusos de él, y los consecuentes a su adicción a la heroína, que lo acercaron a la paranoia.
Ese retrato fragmentado, ese centrarse en unas determinadas fases de la vida del artista puede decepcionar a quienes esperaban un biopic clásico que rescatase toda su existencia, pero pronto se comprende que el objetivo del largometraje no es tanto encarar su biografía como mostrarnos aquellos períodos que atormentaron su vida e indirectamente lo consolidaron como un músico distinto. Un icono de la talla de Louis Armstrong, Duke Ellington o, por citar sólo tres cumbres del jazz, Charlie Parker.
Pero por encima de esos vaivenes, la cinta -que se beneficia de un modo decisivo de la capacidad de mimetismo del actor protagonista, que logra que confundamos a Davis con quien lo interpreta- incide en la talla de un creador en permanente búsqueda de nuevas formas de expresión. Un artista que nunca dejó de evolucionar y revolucionar los estilos a los que se acercó. Un músico que nunca puso fronteras a su imaginación y dio alas a la de todos y cada uno de los que seguimos conmovidos por el gemido de sus creaciones.