Firmemente sustentada por la actuación de sus dos protagonistas, Una dama en París nos presenta la relación entre Frida (Jeanne Moreau), una anciana señora procedente de Estonia que emigró a Francia hace décadas y que ahora, bien instalada pero a la que sus más de ochenta años pasan factura, debe aceptar la compañía de quien se encargará de cuidarla, Anne (Laine Mägi), una mujer también estonia y mucho más joven.
Frida, autoritaria y cascarrabias, inicialmente rechazará a Anne, introvertida y melancólica. Sin embargo, entre confidencias y escuchas, del conflicto pasarán a un plano de respeto a través del que ambas se conocerán mejor a sí mismas e irá surgiendo una amistad verdadera.
La mirada de Jeanne
¡Qué gran habilidad la del cine francés para trazar películas que sin requerir grandes presupuestos se hacen con el público y alcanzan el corazón de los espectadores!
En Una dama en París la octogenaria Jeanne Moreau nos da de lleno al componer un personaje plagado de matices que atraviesa y provoca un río de emociones. Con una mirada -esos ojos que incendian las pantallas desde Jules et Jim (François Truffaut, 1962) o Los amantes (Louis Malle, 1958)-, o a través de un gesto apenas perceptible, nos hace suyos. Secuencia a secuencia nos hacemos cómplices de esta dama que en París nos enseña que tantas veces en los seres humanos entre el desprecio y el aprecio no hay más que un pequeño salto: el del conocimiento.