A 600 kilómetros sobre el planeta Tierra la temperatura fluctúa entre +125 y -100 grados Celsius. No hay nada que transporte el sonido. No hay presión del aire. No hay oxígeno. La vida no es posible.
Ahí nos subimos como espectadores. La película comienza de una forma deslumbrante en el silencioso abismo que cubre la atmósfera de nuestro planeta, donde orbita la lanzadera Shuttle Explorer. Formando parte de la tripulación y en su primer vuelo espacial, la médico y astronauta Ryan Stone (Sandra Bullock, acaso en el más trabajado papel de su carrera) unida a un brazo robótico, se afana en instalar un nuevo sistema de escaneado en el telescopio Hubble.
En ese paseo extranave le acompaña el comandante de la misión, Matt Kowalski (George Clooney), un veterano del espacio que hace su último viaje antes de jubilarse. El contraste es obvio: ella, inquieta, aunque intenta aparentar no estarlo; él disfruta entre sonrisas probando la solidez de una nueva mochila-cohete que le permite mayor autonomía.
Catástrofe
Todo discurre como tiene que discurrir hasta que, desde tierra, salta la alarma. El choque de un satélite perdido ha provocado una reacción en cadena y el mundo del silencio se llena de fragmentos que, viajando a más de 35.000 kilómetros por hora, amenazan al Explorer.
Los escombros impactan con la nave y la destruyen. Stone y Kowalsky son los únicos supervivientes de una catástrofe más negra si cabe cuando pierden toda comunicación con tierra y, con ello, cualquier posibilidad de rescate.
A la deriva en el vacío buscan aferrarse a una casi utópica supervivencia y a la muy remota posibilidad de regresar.
Gravity es una buena película, muy buena a ratos, que, como queda dicho, tiene unos momentos iniciales para la historia.
No importa que en ese mundo de silencio la banda sonora resulte en determinadas fases excesiva; no importa que algunos de los giros de la segunda parte del guión sean poco verosímiles; no importa que haya una cierta carga emocional innecesaria… Sigue siendo una magnífica cinta que, a su modo, se erige en una especie de metáfora sobre el instinto de supervivencia del ser humano aun en el contexto más hostil que cabe imaginar.
Basura espacial
Alfonso Cuarón, director, productor y coguionista, justifica el acercamiento al tema por la fascinación que le provoca el espacio, –“de niño quería ser director de cine o astronauta”– y lo que en él, paradójicamente, gravita.
Hoy, orbitando a cientos de kilómetros sobre nuestras cabezas, hay seres humanos trabajando en un lugar en donde hay muy poca separación entre la vida y la muerte. Los peligros inherentes a los vuelos espaciales han aumentado substancialmente desde que el hombre inició su aventura más allá de su propia atmósfera.
La basura de misiones anteriores y satélites extintos han ido levantando un campo de escombros que pueden provocar catástrofes como la que Gravity refleja. La NASA ha dado un nombre a esa posibilidad: el Síndrome de Kessler.
El espectador entra en Gravity envuelto en el ya lejano eco de la joya de Kubrick 2001 una odisea del espacio (1968) y abandona la sala, ya libre de escafandras, sintiendo que ha visto este nuestro pequeño planeta desde otra, sublime, perspectiva.