“Román Gubern suele abismarnos sobre enormes precipicios de tiempo y espacio hasta conseguir convencernos de que aquel primate emergido de la selva es el ciudadano que hoy teclea en su ordenador en busca de sus amigos de Facebook o Twitter”. Estas son las palabras con las que Manuel Gutiérrez Aragón describió la perspectiva que acostumbran a adoptar los estudios e investigaciones de Román Gubern. También sirven como apunte apresurado para condensar el discurso con el que el historiador de los medios de comunicación ingresó el pasado domingo en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
En efecto, Gubern buceó en la historia del arte para buscar los antecedentes del cómic. En las obras y autores más dispares –la columna trajana de Roma, en Giotto, Botticelli, Velázquez o los aleluyas y carteles de ciego, por ejemplo– encuentra los rastros de la génesis de un espacio plástico narrativo que emprende la iconización de la temporalidad. Aquellos ensayos heterogéneos permiten entender los rasgos que caracterizaron el cómic desde sus momentos inaugurales: “Aquellas tradiciones –señaló– acabaron por desembarcar también, a finales del siglo XIX, en los suplementos dominicales en color de algunos periódicos de Nueva York, señaladamente del New York World, propiedad de Joseph Pulitzer, y del New York Journal de William Randolph Hearst, de modo que la publicación de cómics –de contenido jocoso, del que derivó su nombre– en tales suplementos se convirtió en un elemento importante de su competencia comercial, que irradiaría su influencia hacia otros rotativos. De manera que cuando el mundo aún no había acabado de estremecerse con el eco de El grito (1893) de Munch y comenzaba a descubrir a un joven pintor llamado Henri Matisse y cuando se iniciaban las primeras experiencias cinematográficas de Lumière (1895) y las primeras transmisiones experimentales radioeléctricas (1896), los cómics se consolidaban como un género estable en la prensa neoyorquina”.
La misma perspectiva interdisciplinar que permite a Gubern subrayar la deuda del cómic con las artes plásticas es la misma que, poco después, en su discurso, le permitió detallar las influencias del cómic en el cine: “Algunos pioneros del cine europeo y americano –como Georges Méliès, James Stuart Blackton o Émile Cohl– fueron también dibujantes y muy pronto se estableció una interacción, con influencias mutuas, entre los cómics y el cine primitivo, dos medios coetáneos enfeudados en la cultura popular y en una época en que los primeros ya exhibían sus imágenes en color y el segundo estaba confinado todavía a la gama del blanco y negro. Ambos relataban historias a través de imágenes, aunque su gran diferencia radicó en que los primeros ofrecían imágenes fijas consecutivas y el cine exhibía una imagen móvil y continua”.
Afinidades e interacciones estéticas
Román Gubern buscó ejemplos para demostrar la perenne influencia que el cómic ha ejercido en el cine: “¿Quién puede negar que una película fantacientífica como Blade Runner (1982), de Ridley Scott, exhibe una exuberante escenografía urbana y unos encuadres netamente influidos por la iconografía y la estética propios de los cómics futuristas?”. Abundando en las activas interacciones estéticas que han existido entre ambos géneros, añadió: “Tantas afinidades explican también el interés profesional que han compartido cineastas de la talla de Cesare Zavattini o de Federico Fellini en el mundo de las series dibujadas, trabajando en ciertas épocas de su vida como guionistas de cómics. Zavattini, uno de los padres fundamentales del neorrealismo italiano, fue el guionista de una serie tan poco realista como Saturno contra la Tierra, cuya espectacular guerra cósmica con aparatos fabulosos e inverosímiles publicó la Editorial Mondadori en 1936-1938. Y Fellini siguió sus huellas como guionista de aventuras intergalácticas cuando el régimen fascista de Mussolini prohibió las series de Flash Gordon en Italia, en su campaña autárquica contra los cómics de origen norteamericano. Los parentescos de ambos medios son tan grandes que muchos cineastas, antes de rodar sus escenas, dibujan con viñetas el llamado story-board, secuencia visual de encuadres cuya enseñanza forma parte de los programas de no pocas escuelas de cine”.
Por otra parte, Gubern descubre la filiación estética entre Will Eisner y Fritz Lang: “Lang consideraba la famosa serie The Spirit, de Will Eisner (iniciada el 2 de junio de 1940) su cómic favorito. Él anticipó el virtuoso y laborioso neoexpresionismo, rico en claroscuros y con profundidad de campo incluida, de Ciudadano Kane (Citizen Kane), de Orson Welles, cuyo rodaje comenzó algo más tarde, el 30 de julio de 1940. De modo que su innovación dibujada precedió a la de la obra maestra cinematográfica”.
En definitiva, el discurso de Román Gubern fue un exhaustivo análisis semiótico de los nexos que siempre han mantenido el lenguaje y la gramática de la pintura, el cine y el cómic. Su exposición fue una manifestación más de la voluntad de estilo de un investigador que, tal y como recordó a Manuel Gutiérrez Aragón, es “un integrado discreto en la cultura de masas, que nos parece siempre más elegante que apocalíptico”.