El único capaz de llevar por el terreno de la lírica al director de películas como Funny Games, La cinta blanca o Caché ha sido Gerard Mortier, ya que “tenía el arte de transmitir mucha confianza, siempre se ponía del lado del arte y aceptó condiciones que normalmente no se aceptan. Por eso decidí hacer una segunda ópera con él”, admite Haneke, que previamente había hecho con Mortier Don Giovanni. El director de cine remata la cuestión diciendo que normalmente el negocio de la ópera “es mortal para el arte” y “rara vez salen producciones emocionantes de verdad” al haber tanta presión de tiempo.
El gran año de Amor
Sin duda, 2013 fue un gran año para Haneke, ya que además del exitoso estreno de su producción de la ópera de Mozart, consiguió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y su último trabajo, Amor, se llevó inmejorables críticas a lo largo y ancho del mundo, con Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa incluido. “El éxito siempre deja unas sensaciones muy agradables y, además, mejora las posibilidades de ganancias y de trabajo”.
Consciente de su papel como director consagrado “para el cine difícil, algo complejo”, que realiza, tiene un “público proporcionalmente muy amplio”, confiesa que “miedo se tiene siempre” al iniciar nuevos proyectos porque “todo el éxito del mundo tampoco te ayuda a hacer cosas buenas”. Haneke cree que lanzarse a un nuevo proyecto desde cero siempre requiere un gran valor y que, para ello, además, hay que trabajar mucho. “Siento mucha presión, pero el hecho de tener éxito no debe conducirnos al fracaso”, puntualiza.
Nueva película
Sumergido ya en la búsqueda del casting para su próxima película, de la que no ha querido desvelar ningún detalle, reconoce que tiene la costumbre de no comentar nunca su obra porque le parece contraproducente. “Lo que quiero es precisamente hacerle preguntas al público y si doy una respuesta estoy actuando fuera de mis convicciones”, apunta. “Quiero que el público al que me dirijo se active”.
“Depende de ustedes sufrir en mi próxima película o no. No hago películas para hacer sufrir a nadie, pero quiero comunicar las cosas que a mí me emocionan y que el público se haga las mismas preguntas que me hago yo. Muchas veces son preguntas dolorosas, pero si alguien se toma en serio a su interlocutor y el acto de comunicación está obligado a decir las verdades. La esencia del drama es el conflicto”, relata.
Realidad vs cursilería
Tras reconocer que es un fanático del control y de que no hay ninguna parte de sus películas que vean la luz sin su bendición, confiesa que hace cine porque hay algo que le remueve y que le toca profunda y emocionalmente. “No pienso que haga películas especialmente duras, pero es que el cine mainstream es tal mentira que cuando alguien hace una película normal como las que yo hago a la gente le parecen raras”, afirma.
“Ahora el cine es meloso, cursi… A la gente lo que le gusta es que la calmen, pero el arte no debe calmar, debe inquietar y hacer pensar a las personas. De hecho se dice que hay que sentar a la gente delante de la televisión para que desconecte, pero, por otro lado, que no desconecte el televisor. Al final, la tele está encendida y la persona interiormente desconectada, y para eso yo no trabajo”, sentencia. De argumento, personajes y ambientación de su próximo proyecto ni una palabra. “No me gusta vender la piel del oso antes de cazarla”. De emociones y perturbación… Todas las posibles sobre la mesa.