Sin objetivo concreto, aunque en todos perviva el recuerdo de un amor inconcluso, tres amigos emprenden un viaje. Dependiendo de la óptica de cada cual, unos dirán que se han propuesto quemar las últimas naves de la juventud, aunque para otros lo que se refleja es la vulnerabilidad del género masculino. El escenario: una furgoneta que recorre los caminos de Francia.
Sobre la marcha
Los exiliados románticos, sobre la que su director insiste en que «se fue escribiendo sobre la marcha con el propósito de reivindicar la amistad y la felicidad» [1], nos acerca a las conversaciones de sus protagonistas durante un trayecto largo y corto a la vez, en el que los personajes van al encuentro de amores idílicos y efímeros y en el que en el fondo la única misión que cobra fuerza es la de, entre risas, sorpresas y desbarajustes, aprender a conocerse a sí mismos y seguir sintiéndose vivos.
Apoyada en las referencias literarias, artísticas y culturales de quien la dirige y con algo, o mucho, de la inocencia que desprenden la mayoría de las películas adscritas al movimiento francés de la Nouvelle Vague, la propuesta ronda el idealismo de la amistad por la amistad, del encuentro con la felicidad que, a ratos, también existe en este mundo. «Puede ser algo idealista», ha dicho el propio Trueba, «pero el cine tiene que superar a veces la frontera de la realidad más inmediata».
Lo logra este largometraje, no tan sencillo como aparenta, que en el Festival de Málaga logró el Premio Especial del Jurado y la Mención Especial de la Crítica, además de la Biznaga de Plata a la mejor música, por una banda sonora compuesta e interpretada por Miren Iza (Tulsa) tan entrañable como el resto de lo que vemos y oímos.
Dirección y guión: Jonás Trueba
Intérpretes: Vito Sanz, Francesco Carril, Luis E. Parés, Renata Antonante, Isabelle Stoffel, Vahina Giocante
Música: Tulsa
Fotografía: Santiago Racaj
España / 2015 / 70 minutos