Sexo en Nueva York (1998-2004)
Entra por poco en la denominación de serie noventera. Este ejemplo tenía que partir del clásico de los clásicos: mujeres entradas en su treintena, independientes y guapas que se encuentran sometidas al escrutinio público por (horror de los horrores) no estar emparejadas. Y con esto las cuatro protagonistas, –Carrie, Charlotte, Miranda y Samantha–, se enfrentan al escrutinio de la sociedad y de lo que se espera de ellas a través de claros estereotipos.
La protagonista, Carrie, representa ese punto de equilibrio tan necesario entre las cuatro amigas. Un poco de salto de cama en cama, combinado con un toque de destino y obsesión con la búsqueda de un alma gemela que no quiere creer que existe dan como resultado una fórmula química ganadora. El círculo se cierra y las apuestas se cumplen: ella también logra encontrar a esa media naranja con la que se choca en el (oh, sí) primer capítulo.
Charlotte, la más clásica de las cuatro, es una niña bien de Connecticut que busca a su príncipe azul: un padre para sus hijos y esposo devoto. En ese ir y venir de citas y desamores acaba encontrándolo.
La balanza se va compensando con la escéptica Miranda. Abogada de éxito, lucha con las imposiciones de lo que ve en su familia o entorno para encontrar un modelo de vida para ella. En este caso, no es tanto que el cuento de hadas se cumpla, como que, por sorpresa y sin buscarlo (esas son las mejores historias), acaba encontrando lo que simplemente era para ella.
Y, por supuesto, el punto sobre la i lo pone la gran e inigualable Samantha Jones. Fanática compulsiva del sexo y de la experimentación, no hay prejuicio que pueda con una mujer hecha a sí misma, autosuficiente, clara y exitosa a su manera. Fiel a sus instintos, puede que en ella esté la moraleja: no son las que se casan las que acaban triunfando.
Un largo sendero de seis temporadas, de capítulos de 30 minutos en los que el protagonismo indiscutible es, además de este cuarteto en tacones, la moda y la ciudad de Nueva York.
Girls (2012-2017)
Ésta sí que puede considerarse una serie millennial en forma y fondo. En este trabajo, Lena Duhnam, –escritora, creadora y protagonista de Girls–, cuenta una historia de cuatro veinteañeras que viven en Nueva York y que entran en la, no tanto desesperante búsqueda del amor, como en la búsqueda de su propia esencia.
Así, mientras en Sexo en Nueva York la base de todo es la amistad, para las cuatro protagonistas de Girls, –Hannah, Marnie, Jessa y Shoshanna–, prima la independencia y el sálvese quien pueda. No hay arrumacos los días de lluvia ni consuelo cuando el suelo tiembla, las cuatro historias parecen entrelazarse por pura casualidad y acaban desvinculándose, encontrando cada cual su propio camino por separado.
Podrían contarse con los dedos de las manos las escenas en las que las cuatro amigas disfrutan de confidencias. Mientras consiguen coordinar con suerte las agendas en los cumpleaños, la vida de cada una transcurre entre la miseria y la falta de profesión específica; y la presencia perenne del único protagonista masculino, el famoso Adam, que se van rifando unas y otras, ignorando que forma parte de esa ‘propiedad privada’ no firmada que son los ex de las amigas.
Niñas egoístas, perdidas y que no se sabe ni lo que buscan. No hablan de medias naranjas, poco menos que destrozan sus historias cuando se acercan a ellas, al tiempo que Duhnam araña en los estereotipos hasta hacerlos trizas y estamparlos en la cara. Con, por ejemplo, su propio personaje, una chica locuaz e histriónica, inconformista, insensata que busca por todos los medios ser escritora. Luchando en todo ese proceso con unas amigas intermitentes y una familia algo disfuncional, al tiempo que el pandero expansivo de la ya famosa Hannah Horvath acaba siendo el plano protagonista de la pantalla en más de una ocasión pudiendo llegar a resultar molesto.
Y el punto y final lo pone cuando esa ilusión de cuento de hadas desaparece y acaba la historia en un punto en el que dejas a la protagonista alejada de la ciudad de Nueva York, un poco más cerca de la realización profesional, pero a años luz de una estructura que haga pensar en un ansiado final feliz.
Esta historia no sólo no acaba bien, acaba peor. Llegó la vida real y las verdades como puños de la no siempre discreta Lena.
Looking (2014-2015)
Tenían que intentarlo. La búsqueda del amor de tres amigos treinteañeros, gays que viven en la ciudad de San Francisco. Bueno, en esta ocasión, la gallina de los huevos de oro de las series falló y HBO canceló el proyecto sólo un año después de su estreno con apenas dos temporadas y 18 capítulos. Se atrevieron, eso sí, a dejar contentos a los fans con una película de hora y media en la que se cerraron las tramas abiertas e inconclusas del último capítulo.
Y digo que había que intentarlo porque no hay tantas series de temática homosexual en la lista de los éxitos. Sin embargo, el perturbador protagonista, Patrick, es un desastre en las relaciones de larga duración, romántico pastoso por un lado, y pecaminoso y antojica por otro. Encaja en ese perfil de gay romántico que busca y le encuentran, que dice que sí a todo por si acaso. Pero no le sale bien, se estampa contra sus propios prejuicios y le acaban emparejando con uno de los coprotagonistas. No iba a quedarse solo el pobrecito…
Los amigos sí logran rehacerse, encontrando lo que quieren o lo que creen querer. Como se suele decir: se les dejó bien encarrilados. Eso sí, el escaso avance en la trama, el barrido de sentimientos por la superficie y ese tufo a ya lo sabía pervierte un poco la trama que, de por sí, podría haber resultado exitosa. No lo consiguieron o no lo supieron hacer mejor.
Cabe preguntarse si, entre tanta búsqueda del amor, y mientras unos lo consiguen y otros no, nos quedamos con ese cuento de hadas que muestra Sexo en Nueva York o con la nueva era de relaciones que se vive en las grandes ciudades: individualismo, estrellas fugaces, búsquedas y pérdidas a marchas forzadas por la falta de tolerancia y unas expectativas muy elevadas.
¡Ay!, ¿dónde quedaría el amor?