Premio de la Crítica Fipresci en la Berlinale y basada en personajes reales, Inch´Allah se sirve de la cámara para trazar un documental-reportaje de guerra que mete las manos en el corazón de las tinieblas para dejarnos en el epicentro de la desazón, así como suena: epicentro de una desazón sin salidas; del lugar en el que las ‘verdades’ se desmoronan.

Chloe, la protagonista, convincentemente interpretada por la canadiense Evelyne Brochu, es una joven ginecóloga que trabaja en Palestina y vive en Israel, a caballo entre dos mundos irremisiblemente enfrentados.

Asiste a las mujeres embarazadas en un ambulatorio improvisado de un campo de refugiados de Cisjordania. Debe enfrentarse a diario a los controles y al conflicto que lacera la vida de las personas que conoce: Rand, una paciente por la que siente un afecto profundo; Faysal, el hermano mayor de Rand, un resistente muy activo; Safi, el hermano pequeño de ambos, un niño destruido por la guerra que sueña con cruzar volando el muro que separa ambos mundos, y Ava, una joven soldado vecina de Chloe en su piso de Israel.

Un viaje sin retorno

«No es tu guerra. No te llenes el plato con nuestra mierda», le dicen a Chloe. Pero el encuentro con la barbaridad del conflicto le arrastra y conduce a un viaje personal sin retorno en el que quedan cuestionadas muchas de sus creencias.

Demoledor drama en el que sobresale una de esas escenas, clave en el desenlace de la cinta, de intensidad difícil de soportar: un parto en un coche. Sólo por esa secuencia Inch´Allah merece figurar en las vitrinas del mejor cine.

Sutil a su modo, la película, pese a su crudeza, evita las tomas truculentas y nos hace ver, como la propia directora ha declarado, «todas las ambigüedades de una situación. Una mezcla de amor y odio, de fascinación y enfrentamiento. Cuanto más veía, menos entendía, pero más quería sumergirme en ese mundo».

Sumergirse en Inch´Allah es asumir la posibilidad de cuestionar nuestras propias verdades. Atrévase.