Cuando en marzo pasado le fue diagnosticado un cáncer con muy mala pinta, ese que ha podido con su cuerpo, públicamente declaró que afrontaría el resto de su tiempo con la tranquilidad -«intentando que el sosiego no me abandone»- que le habían inculcado sus mayores al afrontar algo tan decisivo como tener que despedirse de todo esto.
El desenlace fue en una ciudad tan de cine como París a una hora tan cinematográfica como esa en que la luz asoma para contarnos, como tantas veces su obra nos ha explicado, que un nuevo día se nos ofrece con toda su gloria y sus incertidumbres.
En el hondo sentido, maestro
Fue un maestro. Maestro en el hondo sentido del concepto. Y como tal no sólo hizo de su creación un ejercicio de saber ver y saber contar lo que veía, sino también, y sin que casi lo sintiéramos, ha enseñado a mirar y a descubrir la belleza que se encierra en lo sencillo a varias generaciones de personas que hoy lloran, lloramos, su ausencia.
Poeta y ensayista, ilustrador, fotógrafo, artista plástico y, por supuesto cineasta, acaso como cima de su capacidad para trazar mundos nuevos, Abbas Kiarostami, ya desde su primer cortometraje El pan y la calle (1970), dejó claro que el valor de cada encuadre, lo que en cada fotograma queda plasmado y se convierte en realidad, tiene un complemento de tanto o más significado en lo que queda fuera de campo y el espectador debe construir. En ese diálogo entre el que crea y el receptor y destinatario de lo creado, estableció el director iraní uno de los ejes mayores de su notabilísima producción.
Eco universal
1987 es una fecha clave en su vida gracias al eco de ¿Dónde está la casa de mi amigo?, un eco que cobraría categoría de universal diez años más tarde con la historia de un hombre que busca a un cómplice que le ayude a quitarse la vida. Tituló esa joya como El sabor de las cerezas y Cannes se rindió al poderío de su cámara concediéndole unánimemente su Palma de Oro.
Con un enfoque lírico que llena sus secuencias de un inconfundible y poético aroma, y valiéndose casi siempre como base de sencillas historias de cada día, Kiarostami abordó los grandes temas que gravitan sobre la humanidad. El espectador parece estar frente a la liviandad, pero en realidad lo que se le muestra suscita en él reflexiones de calado que, como ser humano, le atañen y le activan.
Así se evidencia en películas como Primer plano, Y la vida continúa, A través de los olivos (difícil encontrar tanta poesía reflejada en una pantalla), Tickets, Copia certificada o Like someone in love, su entrega final, rodada en Japón en 2012.
Ahora Kiarostami se ha instalado definitivamente en el sosiego. Con su marcha el mundo es más plano. Todos desde ayer un algo más pobres.