El cine la rescata para contarnos que en un pequeño pueblo de la Francia de principios del XX, esta artista de físico tosco se mal ganaba la vida limpiando casas. Rescate brillante a través de esta cinta firmada por Martin Provost que llega a las pantallas españolas con el aval de siete Premios César, entre los que se cuenta el de mejor película, mejor actriz (para una inmensa Yolanda Moreau), mejor guión, fotografía, dirección artística y banda sonora.
Nos llega así, creíble y emotiva, sobria y pausada, la historia de esta sirvienta-artista en tres períodos de una existencia marcada por el anonimato, la creatividad y la demencia.
Hacia 1912, una Séraphine de poco mas de 40 años se pasa buena parte del día lustrando objetos, acarreando baldes de agua y, arrodillada, encerando las tarimas de la casa de la áspera señora Duphot, en Senlis. Sin que nadie lo sepa, en sus ratos libres y en la noche pinta en pequeños rectángulos de madera plantas y flores de un modo luminoso y peculiar.
Una de esas obras llega a los ojos del coleccionista alemán Wilhelm Uhde, que había alquilado una habitación en la casa en la que Séraphine trabaja. Fascinado, Udhe (que para la historia del arte pasa por ser el gran descubridor de Henry Rousseau, El Aduanero, y uno de los primeros valedores de Picasso) se hace con este pequeño cuadro y convence a la pintora para que le enseñe otras obras. Se las compra todas y le hace prometer que seguirá pintando.
En 1914 estalla la primera Gran Guerra. Udhe huye de Francia y pierde contacto con Séraphine, que entre cacerolas y bayetas, sigue reflejando su talento sobre trozos de madera que nadie ve; que no valora nadie.
Concluye la guerra, pasan años y a punto de acabar la tercera década del siglo reencontramos a Udhe en Chantilly, Francia, en dónde vive con una hermana y con un amante, pintor de poca monta.
Animado por su hermana, el coleccionista se acerca a Senlis para visitar una exposición de artistas noveles. Al fondo de la sala descubre colores y formas que le son familiares. A través de esos lienzos reencuentra a Séraphine que, durante esos años, ha ido expresando su talento en grandes lienzos que conmueven al experto y le hacen tomar la decisión de volver a ayudarla sin concesiones.
Años felices y efímeros
Una rancia burguesía provinciana hace imposible la combinación mujer-pobre-artista.
En este callejón de difícil salida es abandonada de nuevo por Udhe. Se hunde en la demencia y tras años de internamiento muere en la indigencia y en el más sórdido anonimato en el manicomio de Clermont-de-l´Oise en 1942.
Hasta aquí la historia. A partir de aquí, y como sucede en los planteamientos inteligentes, y la película de Provost lo es de principio a fin, surgen los interrogantes. Se abren incógnitas al tiempo que se desvelan detalles y nace, inevitable, en el espectador el intento de encontrar explicación a algunas de las cuestiones que se han tenido ante los ojos. ¿Por qué el comportamiento del marchante? Esas apariciones y ausencias que condicionaron de forma irreversible la vida de la pintora. ¿Determinó realmente esa actuación la decadencia y locura de Séraphine? ¿Cómo ha podido el mundo del arte vivir de espaldas a un talento innato de tanto calado durante tantos años? ¿De qué modo se resarcirá a esta Séraphine de Sentís, naif irrepetible?
De momento, y gracias al impulso de la película, el Museo Maillol de París organizó, 60 años después de la última sobre la autora, una muestra de su obra. Séraphine, una propuesta llena de belleza y misterio, constituye al tiempo una honda reflexión sobre el reconocimiento del arte, el valor de la inspiración, el irrefrenable impulso de la vocación y los atípicos y marginales caminos por los que a menudo transitan quienes, desde la pasión, crean.
Séraphine
Dirección: Martin Provost.
Intérpretes: Yolanda Moreau. Ulrich Tukur, Anne Bennent y Adélaïde Leroux.
Francia / 2008 / 122 min.