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El buen sabor de boca que dejó en 2004 Sumas y restas refrendó el eco internacional alcanzado por Víctor Gaviria cuando en 1998 La vendedora de rosas fue nominada a la Palma de Oro y se convirtió en una de las grandes sorpresas del Festival de Cannes de aquel año. Ha pasado pues una década larga desde su última entrega, pero el director colombiano no ha perdido en todo ese tiempo ni tacto ni tono. Más bien todo lo contrario.
La mujer del animal es una lanza directa que se clava con toda intención en el espectador. Además de los mencionados galardones logrados en Málaga, este brutal drama hiperrealista arrasó en la Muestra de Cine Latinoamericano de Cataluña, donde obtuvo los premios a la mejor película, al mejor director, al mejor guion, el del público y el Premio Radio Exterior.
Tras ser descubierta inocentemente disfrazada de monja, la adolescente Amparo huye por miedo a su padre del internado de religiosas donde la acogían. Desorientada y sin capacidad alguna de respuesta, llega a una zona de chabolas del extrarradio de Medellín a vivir de «arrimada» en la humildísima vivienda de su hermana.
Marginación y supervivencia
En ese ambiente de marginación y supervivencia conoce a Libardo, conocido en la zona como «el Animal», que se encapricha de ella, la rapta, la viola y después de una especie de rito matrimonial la obliga a vivir bajo su mismo techo. De esta forma la familia de ese individuo se convierte en testigo de los abusos y, en definitiva, del cautiverio de la joven.
La comunidad, amedrentada por la violencia de Libardo, no intercede en favor de Amparo, que sobrevive en condiciones infrahumanas siendo objeto de vigilancia permanente. Cuando da a luz a una niña –otra más de las que Libardo va sembrando con otras mujeres– la situación de Amparo empeora: es sistemáticamente ultrajada y sometida a agresiones físicas y psicológicas. Solo su templanza y el amor por su hija permite abrirle una pequeña puerta a la esperanza de otra vida.
Valiéndose de actores no profesionales, Natalia Polo emociona como Amparo en un complejo papel del que no es fácil salir bien parado, y ella lo logra de un modo conmovedor, y Tito Alexander Gómez, como Libardo, logra que despreciemos el personaje insufrible que dibuja a través de una actuación a la que le sobra algún histrionismo pero que no resta mérito al conjunto de su buena labor.
Basada en hechos reales –»una mujer me contó de primera mano su historia, que es la que he intentado plasmar en mi película. Era ella misma la mujer del animal»–, Gaviria logra su primer acierto al transmitir la sensación de estar rodando un documental. Y no lo es, pues estamos ante un largometraje con una parte sustancial de ficción a la que dota de mucho mayor realismo y peso como elemento de denuncia la técnica de filmación y montaje utilizadas.