Yoav, trasunto del propio realizador, es un joven israelí que decide abandonar a los suyos para irse a París con la esperanza de que Francia y los franceses “lo salven de la locura de su país”.
Recién llegado a la ciudad, Yoav, carismático y potente el papel de Tom Mercier en su debut tras la cámara, es desvalijado mientras se baña quedándose materialmente desnudo, sin ropa, pertenencias ni papeles que lo identifiquen.
De esta forma tiene que resurgir de cero dispuesto a construir una nueva identidad renegando de sus orígenes hebreos. En esa situación límite se topará con una pareja de jóvenes dispuestos a ayudarle. Con Emile y su novia Carloline establecerá una compleja y sensual relación.
En carne propia
Sobre lo vivido por el propio Lapid en la capital francesa en los primeros años 2000, el realizador explica la génesis de Sinónimos: “Dieciocho meses después de completar mi servicio militar comencé a estudiar Filosofía en la Universidad de Tel Aviv. Escribía sobre deportes en una publicación semanal y también comencé a escribir historias cortas. En ese momento, el cine no me interesaba especialmente, y mi vida en general era hermosa. Pero un día, como si hubiera escuchado una voz de la nada, como Juana de Arco o Abraham, me di cuenta de que tenía que abandonar Israel. Vete en este momento, inmediatamente y para siempre. Desarraigarme del país, huir, salvarme de un destino israelí. Diez días después aterricé en el Aeropuerto Charles de Gaulle. Elegí Francia por mi admiración por Napoleón, mi pasión por Zidane y un par de películas de Godard que había visto dos meses antes. Hablaba un francés básico, no tenía permiso ni visa, y no conocía a nadie. Pero estaba decidido a no volver atrás. Decidido a vivir y morir en París. Me negué a hablar hebreo. Corté todos los lazos con los israelíes. Me dediqué por completo a la lectura obsesiva de un diccionario de francés y a algunos trabajos extraños para salir adelante. Viví en la pobreza y la soledad. Conté cada centavo. Comía la misma comida todos los días, la más simple y barata que se me ocurría. Un día hice un amigo, un amigo francés, el mejor amigo que he tenido. Se desarrolló un fuerte vínculo entre nosotros, a pesar de y quizás por la disparidad social, cultural y mental entre nosotros. De todo eso surge Sinónimos.
Y cuando se le pregunta por su obsesión por arrinconar su pasado israelí y cambiar de identidad a través del idioma, Lapid argumenta: “Creo que el lenguaje es lo más intrínseco que tenemos que podemos cambiar. Es difícil cambiar nuestros cuerpos. El pasado no puede ser cambiado. El cuerpo de Yoav contiene su pasado. Contiene su naturaleza esencial, que desea decapitar. Me acuerdo de ese momento murmurando palabras en francés como una oración. El idioma francés fue mi redención. A medida que pasa el tiempo, Yoav se enfrenta a la desconexión entre su fantasía de identidad francesa y la vida real. Se da cuenta de que todo podría terminar como comenzó, en una puerta cerrada. Sus intentos de evitar ese abismo hacen que su lenguaje se vuelva cada vez más radical. Radical en el sentido de un apego desesperado a las palabras, sílabas, dicción y sonidos del francés”.
Esa muerte y resurrección del personaje que, como queda dicho, es el propio yo del realizador, hace de Sinónimos un interesante juego de espejos, planos y contraplanos que entre el drama y el humor atrapará a buen número de espectadores.
Sinónimos
Dirección: Nadav Lapid
Guion: N. Lapid, Haïm Lapid
Intérpretes: Tom Mercier, Quentin Dolmaire, Louise Chevillote
Fotografía: Shaï Goldman
Francia, Israel, Alemania / 2018 / 123 minutos