En la Bélgica de nuestros días, –país en el que están asentados algunos de los yihadistas que mueven los crueles hilos de un terrorismo islámico responsable de recientes matanzas en varias ciudades europeas–, el destino del adolescente Ahmed (Idir Ben Addi salva con suficiencia su atribulado papel) ha quedado atrapado entre los “ideales de pureza” de los que le habla el radical imán de su mezquita, y las pasiones que la vida despierta en la vida de un chaval que a sus trece años acaba de salir de la infancia.
Dos veces ganadores de la Palma de Oro en Cannes, con Rosetta (1999) y El niño (2005), festival en el que también lograron el Premio del Jurado en 2011 con El niño de la bicicleta, y ahora el de la Mejor Dirección, los Dardenne han construido una de los más sólidos idilios entre la gran pantalla y el cine de profundo calado social. Con El joven Ahmed vuelven a desplegar su capacidad para escarbar con humanismo y sensibilidad en los problemas a los que se enfrenta el mundo que retratan.
Fanatismo universal
A la presentación de la película en Madrid asistió Luc, a sus 65 años el menor de los hermanos, que no se anduvo por las ramas cuando se le preguntó si la película culpabilizaba a todos los creyentes de la religión a la que el protagonista pertenece: “Cuando proyectamos la película a alumnos y jóvenes musulmanes tratamos de convencerles de que no se sientan señalados. El fanatismo es hoy musulmán, pero antes fue cristiano, católico, judío, comunista, nazi… Es un fenómeno universal. En una ocasión un chaval me acusó de ver el lado oscuro de los árabes y no el lado bueno. Ante comentarios como esos tenemos que invertir tiempo para explicar que naturalmente que la mayoría de la gente que profesa esa religión son buena gente, pero que tienen que reconocer que otros tienen un lado oscuro que se manifiesta con violencia. Ante esa realidad hay que señalar a los culpables y, por supuesto, ser tolerantes con quienes no lo son”.
Al referirse a la génesis de esta propuesta responde: “Ya había una decena de películas que habían reflejado la radicalización. Hemos querido dar otra visión al mostrar al radicalizado como persona cuya motivación se nos escapa, no se entiende y nos deja con múltiples interrogantes cuando salimos de la sala. En el caso de Ahmed, podemos pensar que es porque no tiene padre y el imán que lo absorbe sustituye la figura paterna, pero no hemos querido dar conclusión alguna porque eso tranquiliza al espectador. Hay libros, documentales y trabajos periodísticos que lo explican o lo intentan explicar. Nosotros queríamos estar en la noche de este chico. Ahmed es nuestro personaje, le queremos. No hemos hecho una película para condenarlo, no somos un tribunal. Pero estamos en sociedades que se polarizan: la subida del populismo quiere hacernos creer que inmigración y terrorismo es lo mismo, cuando no tienen nada que ver”.
Pero, aunque la situación pinte en negro, concluye Luc Dardenne, aún hay razones fundadas para la esperanza: “Siempre que la gente luche por una mayor justicia social sigo teniendo esperanza. Creo que la mayoría de la gente no es cínica. Una parte sí lo es, la que vota a esos populismos radicales y nefastos, algo que me desespera. Pero no hay que perder la esperanza”.
Ese mensaje final gravita sobre El joven Ahmed que, tras las varias elipsis de un guión con maquinaria muy trabajada, abre plano hacia la posibilidad de un mundo menos encorsetado. No se lo pierdan.
El joven Ahmed
Dirección y guion: Jean-Pierre y Luc Dardenne
Intérpretes: Idir Ben Addi, Olivier Bonnaud, Myriem Akheddiou,Victoria Bluck, Claire Bodson, Othmane Moumen
Fotografía: Chistine Plenus
Drama
Bélgica, Francia / 2019 / 90 minutos
Distribución: Wanda Visión