“Provengo del teatro”. Lo dijo el propio Polanski al presentar su peculiar Venus en el último Cannes. No hay que olvidar que allá, en los años 40, fue actor de teatro en Polonia y que, ya consagrado, dirigió algunas otras sobre las tablas, como Hedda Gabler y La duda.
Vuelta de tuerca
Queda claro que el teatro le tira, y mucho. Pero en una nueva vuelta de tuerca, -siempre hay otra más en la carrera de este creador-, si en Un dios salvaje eran cuatro los actores, ahora concentra el total peso de la película en dos, con lo que parece que el director cubre un reto largamente buscado.
“Desde mi primera película en 1962, El cuchillo en el agua, en la que sólo conté con tres intérpretes, soñaba con hacer una que fuera sólo cuestión de dos. Me impongo retos para no aburrirme. Lograr que el interés de los espectadores no decaiga frente a sólo dos personajes en un único escenario, sin que parezca teatro filmado, me parecía una cuestión apasionante”.
Bueno, pues lo ha cumplido. O, mejor, lo ha cumplido en gran parte porque si es verdad que dos son los protagonistas y que estamos ante una película, no es menos cierto que a veces la sombra del teatro planea sólida sobre el resultado final. Pero eso no ensombrece el conjunto.
Masoquismo
La propuesta de Polanski parte de la pieza teatral del dramaturgo David Ives y ésta de la novela homónima del escritor austríaco Leopold von Sacher-Masoch, aquel por cuyos radicales postulados erótico-afectivos quedaría acuñado el término “masoquismo”.
Con matices y diferencias, algunas sustanciales, sobre la pieza de la que nace, la película nos presenta a un director teatral (Mathieu Amalric) que realiza un casting para buscar actores que representen una obra basada en el libro de Sacher-Masoch. Cuando la sesión está a punto de concluir irrumpe en la sala Vanda (Emmanuelle Seigner, la pareja de Polanski en la vida real desde que se conocieran en 1988 en el rodaje de Frenético), una físicamente atractiva pero vulgar mujer a la que el director se niega a hacerle prueba alguna. Ante la insistencia de ésta, acaba por acceder y, de pronto, el escenario se ilumina ante las primeras frases de la actriz que, al interpretar, destila un talento que cautiva al director.
Algunas obsesiones
Jugando con dos mundos: el de la obra que va a interpretarse y el de la pareja que mezcla realidad y ficción, Polanski recrea algunas de las obsesiones que le han tenido en el punto de mira de algunos durante los últimos años, aunque el director haya salido al paso de esas comparaciones: “No me identifico con lo que los personajes hacen y dicen durante la obra”. Pero es evidente que sobre el grueso de la propuesta gravita el complejo equilibrio que tantas veces acaba por quebrar llevándose por delante lo que había sido una pareja.
Filmada en el Teatro Hébertot de París, donde Polanski montó hace siete años La Duda, ésta sugerente Venus de las pieles tiene carga. Seigner y Amalric hacen todo un despliegue, -especialmente ella tiene magníficos momentos-, y dejan sobre la pantalla verosímiles personajes, de carne y hueso, que obligan a cuestionarnos la posibilidad de abandonar la butaca, entrar en escena y compartir las inquietudes y los vaivenes de aquellos a los que se representa.
La Venus de las pieles
Dirección: Roman Polanski
Intérpretes: Emmanuelle Seigner y Mathieu Amalric
Guion: R. Polanski y David Ives
Fotografía: Pawel Edelman
Música: Alexandre Desplat
Fancia. Polonia / 2013 / 96 minutos