Todos hablan de él como de alguien muy cercano; corrosivo a ratos, tierno siempre, y próximo. Un amigo que se tiene sentado en el salón de casa. Un colega que se arrima a tu hombro para dejarte un puñado de películas reconfortantes; de esas que te ayudan a seguir. Un aliado en los tiempos duros que tuvo siempre dispuesta una visión inteligente, una palabra afable, una sonrisa cómplice. Y mucho, mucho humor en todo tiempo. Incluso entonces, cuando España languidecía en blanco y negro.
Esa ha sido su imagen y su esencia y lo que de él, a través de tantos “estaba yo con Berlanga cuando…” se ha contado. Por eso, ahora, cuando nos hemos despertado con el click definitivo de su ojo luminoso y cada cual ha arrancado a revivir su personal anécdota, nos sobrevuela una duda y unas cuantas preguntas. ¿Existió? ¿Cuántas vidas? ¿Es verdad todo lo que tantos cuentan? ¿Dónde muere la realidad; la ficción, dónde?
O será todo y simplemente que en una postrera y genial vuelta de manivela Luis García Berlanga no fue más que otro de los magistrales personajes que su cine ha ido construyendo a lo largo del camino.
The End.