Exigencia y método
Actor en su juventud, escritor de éxito más tarde y director de teatro, Kazan encontró en el cine campo abonado para desarrollar una creatividad muy personal que trazó una huella que en muchos aspectos llega hasta nosotros y hasta la forma de hacer cine que hoy conocemos.
Su adaptación a la pantalla del drama teatral de Tennesse Williams Un tranvía llamado deseo, con la que Vivien Leigh logró la estatuilla a la mejor actriz, inauguró un forma nueva de abordar el realismo social y lo que desde una pantalla se puede decir: conflictos aparentemente sencillos de comunicación, sexuales, étnicos, de poder o cambio generacional, que al pasar por la mente y la personalidad de seres humanos inmaduros, disconformes o atormentados se transforman en dramas que trazan heridas incurables.
Exigente hasta la extenuación, defensor del método, la minuciosidad y la perseverancia en el trabajo, Kazan fue uno de los fundadores del mítico Actor´s Studio. Dirigió y sacó lo mejor de actores como Marlon Brando, James Dean, Kirk Douglas o Marilyn Monroe (que confesó que nunca nadie le había enseñado tanto sobre el arte de interpretar); colaboró con dramaturgos y escritores, como el ya mencionado Williams o Arthur Miller, y dejó para nuestro disfrute obras imperecederas como La ley del silencio; Al este del Edén; Esplendor en la hierba; Rio Salvaje; ¡Viva Zapata!; América, América o El compromiso. ¡Casi nada!
Caza de Brujas
El triste episodio hollywoodense de la llamada Caza de Brujas gravitó durante décadas sobre la figura de este hombre que había sido miembro del Partido Comunista Americano entre el verano de 1934 y la primavera de 1936, para volverse después confeso anticomunista.
Tras una primera comparecencia el 14 de enero de 1952 en la que se negó a dar nombres ante el ultraderechista e inquisitorial Comité sobre Actividades Antiamericanas dirigido por el senador McCarthy, -del que también era miembro destacado el que más tarde sería presidente Richard Nixon- , parece comprobado que el 10 de abril de ese año Kazan sí los dio y denunció a una serie de personas supuestamente allegadas o simpatizantes del comunismo.
Jamás se le perdonó este hecho pues se consideró que el testimonio de Kazan, que estaba en la cumbre de su carrera, podría haber ayudado a acabar con aquellos bochornosos interrogatorios. Sin embargo, con sus denuncias, que ni siquiera necesitaba para proteger una carrera brillante e imparable, consolidó aquellas terribles e injustas listas negras que acabaron con la vida profesional de un significativo número de actores, guionistas y directores.
Aunque públicamente no manifestó arrepentimiento por aquella acción, en sus interesantísimas memorias Mi Vida (publicadas en España por Ediciones Temas de Hoy) deja traslucir su pesar por algo que no debió de haberse producido. “Siento la necesidad de disculparme ante el mundo», escribió. «No sé si alguien podrá comprenderme. Crees que por haber estado quince minutos tirado en una zanja puedes comprender mi situación. Pero no es tan sencillo. Cuando yo me levanto, la zanja me persigue”, escribió apesadumbrado.
Pero lo hecho nunca se olvidó, en muchos ambientes comenzó a apodársele con crueldad como “la rata” y muchos años después, el 21 de marzo de 1999, cuando la Academia le concedió el Oscar honorífico, una mayoría de los asistentes a la ceremonia decidió permanecer sentado y mudo cuando Robert de Niro y Martin Scorsese recibieron a Kazan en el escenario para hacerle entrega de un más que merecido galardón a toda una trayectoria.
¡Justicia!, por favor
Controversia aparte, nadie, en justicia, puede negar que Kazan es uno de los grandes directores de la historia del cine. Un maestro de actores. Un escritor de calado. Un sofisticado intelectual que supo dotar al cine de perspectivas y temas que superan el mero entretenimiento para convertirlo en un foro abierto de debate. Un lugar privilegiado para la reflexión.
Y Kazan lo consigue de un modo personalísimo que capta al espectador, lo hace “parte de…” y lo envuelve en historias que a pesar del calado de lo que abordan son cualquier cosa, menos plúmbeas. El aburrimiento, y así lo expresó muchas veces, es uno de los principales enemigos de aquel que quiere contarle algo a otro.
Kazan buscó la complicidad y el gusto de quien observaba sus obras y lo logro con creces. Lo que nos contó se ha quedado ya para siempre con nosotros y eso, por encima de cualquier otra controversia, reclama la consideración de maestría. De grande entre los grandes. ¡Justicia!, por favor.