Las tres palabras coinciden en la cartelera para hacernos ver que los sentimientos saben poco de fronteras y continentes y mucho menos de personas, de modo que ese en principio lejano oriente se nos instala en la puerta de casa y hace próximo e inteligible aquello que pensábamos tan distante. Casi, por carácter e idiosincrasia, poco menos que inalcanzable para nosotros. Falso. También formamos parte de este Oriente lejano.
Auritemo, Auritemo
La sombra de esta película, traducida en Occidente como Still Walking, hunde sus orígenes en las obras de los grandes dramaturgos norteamericanos de mediados del siglo pasado, en los temas a los que se aferraron los integrantes de la Generación Perdida, en la familia como un lugar del que la placidez huye no pocas veces. La diferencia substancial con los dramas estadounidenses reside en que nada determinante sucede mientras la acción transcurre. Nada que perciba bruscamente quien observa. Pero vaya si suceden cosas…
Hablamos de un drama familiar que transcurre en un solo día, aquel en el que unos hijos regresan a casa para visitar a unos padres ya muy envejecidos cuando se cumplen 15 años del trágico accidente que se llevó la vida, ahogándose, del primogénito de la familia.
Todo parece respirar comodidad, comprensión… buen rollo. Pero sin que el espectador lo perciba, sobre la sala va flotando hasta hacer el ambiente poco respirable, el resentimiento, la desestructuración y los menos confesables secretos.
Sirviéndose de ese plano medio de muchas familias de cualquier rincón del planeta, Hirokazu Kore-eda, como ya hiciera en Después de la vida y en la sobrecogedora y premiada en Cannes Nadie sabe, utiliza cada fotograma para dejarnos sutil información sobre los sentimientos, las miasmas y los recovecos de cada uno de los protagonistas.
No oculta el director la carga autobiográfica que el relato tiene. En los últimos años ha perdido a sus padres. “Ahora en mi papel de hijo mayor desagradecido que siempre usó las obligaciones laborales para excusar sus largas ausencias me invade el pesar”.
Cine lleno de hondura bajo una cáscara de sencillez. Repaso inteligente, lleno de matices, a esa complejidad que llamamos vida y familia, en la que con el amor y otros conceptos, conviven y se saldan mezquindades, enquistados rencores y grandes (o pequeñas) venganzas.
Okuribito
Cuando desaparece la orquesta en la que toca el violonchelo, el protagonista de Okuribito, Despedidas para las carteleras de estas nuestras tierras, decide regresar a su ciudad natal en el norte de Japón. Tras responder a un anuncio de trabajo, así anda el mercado laboral, aquel músico se convierte en el amortajador que limpia, maquilla y viste a los muertos para que aseados y dignos abandonen este mundo.
Pintoresca producción que ha tenido, Oscar incluido, eco notable en los ambientes cinematográficos acaso por enfocar de un modo poco usual, al borde de un desenfado siempre contenido, el tema de la muerte.
Bebiendo en sus orígenes como director en el cine erótico, Yojiro Takita, aligera trascendencias y nos sitúa ante un drama-comedia que refleja la disparidad del ser humano ante el trance final.
Una bellísima suicida que resulta ser un hombre, una adolescente infeliz víctima de un accidente de moto o una abuela obsesionada por la ropa de sus nietas, son algunos de los personajes a través de los que se nos muestra esa disparidad y que, en el fondo como le sucede al músico/amortajador protagonista, nos ayudan a entender mejor ese túnel negro del que nadie ha salido.
Mishima en cuatro capítulos
Viene de largo este retrato mosaico del escritor Yukio Mishima que en 1985 firmó Paul Schrader (padre de los guiones de las películas de Martin Scorsese Taxi Driver, Toro Salvaje y La penúltima tentación de Cristo) que, fuera de control, llega ahora a España tras salvar muchas incomprensiones y que, por ejemplo, no haya sido jamás proyectado en Japón.
Mishima: una vida en cuatro capítulos (1.- Belleza; 2.- Arte; 3.- Acción; 4.- Armonía de la pluma y de la espada) no deja a nadie indiferente pues se adentra, o pretende hacerlo, en el alma y las inquietudes de su peculiarísimo retratado, un personaje obsesionado con el físico, la perfección, la homosexualidad y la muerte.
Salpicada de flashbacks para acercanos la infancia, los inicios como escritor, el éxito profesional y el papel como “famoso”, la obra de Schrader se centra en el 25 de noviembre de 1970, último día de Mishima sobre la tierra. En las horas en las que con la ayuda de unos pocos incondicionales secuestró al máximo responsable del Cuartel General del Ejército japonés y, tras pronunciar un discurso lleno de delirios, se quitó la vida ante los asombrados ojos del mundo.