Un taxi, una ambulancia, un deportivo de los que quitan el hipo, un tráiler… Rumbos transcurre durante una calurosa noche de verano en el interior de esos vehículos en los que las existencias de sus ocupantes viven, por razones muy distintas pero con el denominador común del amor, o su contrario, horas decisivas. Además, y sin saberlo ellos, sus historias acabarán por conectarse. Su destino es común.
A la carrera
Vemos cómo corren por la vida dos adolescentes que buscan aventura a una velocidad que no controlan a borde de un coche robado; un taxista al que su seguridad emocional, que creía blindada, se desmorona con una simple llamada de teléfono; un conductor de ambulancia que, pese a sus esfuerzos, no logra olvidar; un camionero bonachón perdidamente enamorado de una prostituta; una mujer a la que abandonan cuando menos lo esperaba; un amante curtido en mil batallas pero que no es capaz de ganar la decisiva; y una esposa hastiada de esperar.
Todos cruzan la noche sin saber que sus rumbos están fijados de antemano. En sus respectivos tránsitos la película discurre apoyada en unos diálogos muy bien trazados y llenos de recovecos y unas interpretaciones, con especial mención para una Carmen Machi espléndida en su desgarrado papel de prostituta, que vuelven a dejar claro que el cine español anda sobrado de magníficos intérpretes.
Tras Cómo sobrevivir a una despedida (2015), gana enteros Burló Moreno en esta su segunda entrega. No pierde la mano de la dirección pese al enredo de personajes y situaciones en los que, entre deseos y frustraciones, los protagonistas de Rumbos van acercándose a la madrugada, a un nuevo día que acaso les abra la posibilidad de una vida diferente.