La habían parido los cielos por el tiempo que alumbraba el siglo XX, duró lo que la centuria más convulsa de la historia y se llevó secretos a la tumba que solo conocían las tres personas de su naturaleza trinitaria: Lola-Lola, la mujer liberada de la estrechura bienpensante en aquella Berlín babélica de los años veinte, pero tan solo alcanzable en la sombra del sueño; Marlene, la Venus que el brujo de Josef von Sternberg modeló saliendo de la espuma de los deseos para fascinar a los espectadores con insinuaciones tan prometedoras como traicioneras, y María Magdalene Dietrich von Losch, la valiente luchadora contra el nazismo que reconfortaba a los soldados aliados con los óleos benditos de su voz, más profunda que las raíces de sus cuerdas vocales, y de su auténtica sonrisa, la que no se acompañaba de mueca alguna de ironía.
El ángel azul se mantuvo a ras de cielo, caminando sobre sus aguas, mientras le duró su condición divina. Cuando comenzó a perder el hechizo se cargó de humana lucidez y decidió aislarse en el lujo de su soledad, al amparo de la luna de París, para preservar la eternidad reservada a las criaturas mitológicas.
–¿Quiere leer más Fotogramas literarios?