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Martín Cuenca recibe en Málaga el premio Eloy de la Iglesia

El director almeriense acaba de finalizar en Granada el rodaje de Caníbal, una apasionante historia de suspense protagonizada por el actor malagueño Antonio de la Torre (La gran familia española, Los amantes pasajeros) que junto a la actriz rumana Olimpia Melinte y la sevillana Alfonsa Rosso (Volver) completan el elenco protagonista.

La película es una producción de La Loma Blanca P.C. y MOD Producciones cuya filmación se ha desarrollado durante ocho semanas en Granada capital, Sierra Nevada, Motril y Güejar Sierra, entre otras localidades.

La historia de amor de un demonio

El guión de Caníbal, escrito por Manuel Martin Cuenca y Alejandro Hernández, está inspirado en un relato corto del escritor cubano Humberto Arenal y formó parte del prestigioso mercado de proyectos del Atelier de la Cinefondation del Festival de Cannes [1] además de ser seleccionado por Cinemart, el mercado de proyectos del Festival de Rotterdam.

Carlos es el sastre más prestigioso de Granada, pero también un asesino en la sombra. No tiene remordimiento, ni culpa; hasta que Nina aparece en su vida. A través de ella, conoce la verdadera naturaleza de sus actos y surge, por primera vez, el amor. Carlos es el mal, inconsciente de sí mismo. Nina, la inocencia. Y Caníbal, la historia de amor de un demonio.

Manuel Martín Cuenca, sobre Caníbal

Canibal [2]«Siempre que comienzo un nuevo proyecto me pregunto por qué quiero trabajar en él. Si encuentro una respuesta demasiado racional y conveniente, algo que responda inmediatamente a un deseo en el que la fantasía es el éxito, sé que, en realidad, no quiero hacer esa película. Sin embargo, cuando no encuentro las palabras exactas, cuando me puede la necesidad de hablar de algo que no sé con certeza qué es, descubro el valor de esa historia. Porque hay algo irracional en el cine que me impulsa. Hago cine porque me gusta aprender, porque me gusta sentirme un alumno que no sabe nada y que guarda su capacidad de asombro intacta.

Esta película quiere contarme algo que va más allá de lo que yo nunca podría saber. Y eso me empuja de una forma poderosa. Alejandro, mi coguionista, me habló de esta novela: Caníbal, de Humberto Arenal. Y yo sentí, junto a él, que debíamos escribir esta película tratando de averiguar el sentido profundo que esconde para, luego, convertirlo en un secreto que el espectador pueda adivinar. Para nosotros la esencia del cine es el misterio, y la convicción de que el espectador participa activamente en él. Construimos una historia y luego la escondemos, para que surja del interior de su alma, entre sus rendijas.

El hecho de que el canibalismo sea un tabú enorme, me hace pensar que hay algo en su naturaleza tan cercano a nosotros que hemos decidido prohibirlo. Pienso que las prohibiciones siempre esconden algo y que debemos interrogarnos sobre ellas, aunque sea para llegar a la conclusión de que deben existir. Jean Genet escribió: «El beso es la forma de la primitiva ansia de morder, incluso de devorar…».

Me pregunto qué quería decir, qué tiene que ver la acción de devorar con un acto como el beso. Me pregunto qué tienen que ver la destrucción y la ternura. Y me doy cuenta de que esta película trata sobre la dialéctica entre el mal y el amor.

Esta historia tiene lugar en los márgenes y en la quiebra emocional. Creo que es la mejor forma de hablar de nuestro tiempo e interrogar nuestra sociedad. El western y el cine negro nos enseñaron que en las fronteras geográficas y morales se encuentra el mejor y más certero retrato de nuestra civilización. En ellas están situados esos personajes que son empujados y excluidos, pero que forjan el verdadero sentido de una época y su dilema ético.

Nuestra Europa es autocomplaciente. Le cuesta reconocer que el mal también habita en su interior, que no es sólo un desecho provocado por agentes externos, sino parte esencial de sí mismo. Combatimos el mal como si fuera un atroz enemigo, pero lejano. Como si no tuviera nada que ver con nosotros. Por desgracia, esa visión simplificadora, es demasiado ingenua.

Nuestra historia está situada en un tiempo contemporáneo, en una vieja ciudad de provincias, Granada, en la que la tradición domina la vida cotidiana. En medio de todo esto, Carlos es un caníbal que vive su condición sin remordimiento, sin culpa; con la conciencia de que lo único que impulsa su vida es sobrevivir. No se pregunta ni se cuestiona nada. Sólo actúa de forma implacable. Hasta que llega un momento en que empieza a interrogarse porque se abre un resquicio en su alma. Una quiebra por la que empieza a colarse el amor. Y por el amor, la duda.

Frente al mal, el amor, parece decir la historia. Y su capacidad de redención.

Pero, ¿hasta qué punto el amor puede cambiar el pasado, hasta qué punto puede redimirlo? La fantasía de todos nosotros, el sueño, nos dice que es posible, que el amor lo puede todo. Nuestra sociedad establece relatos, una y otra vez, donde el amor triunfa. ¿Pero qué pasaría si estuviéramos sobrevalorando su fuerza, su capacidad para reponerse y vencer todas las dificultades? ¿Qué pasaría si de tanto hablar del amor en términos melodramáticos no nos hayamos dado cuenta de que su fuerza es menor de la que imaginamos? ¿Y qué es lo que nos quedaría, entonces, si el amor manifestara su impotencia? La única fuente posible que podría redimir el mal es algo que va más allá del amor: el perdón.

Estamos en un relato en el que estas tres fuerzas deben convivir y habitar. La primera, el mal, inconsciente de sí mismo, encarnado en un personaje que cree que sólo trata de sobrevivir. La segunda, el amor, que surge como una fuerza imprevista que golpea el presente y lo cambia, a través de la historia de Carlos y Nina, pero que es incapaz de transformar el pasado. Y, por último, el perdón, el único capaz de viajar hacia atrás y, desde allí, cambiar el futuro.

Pero, ¿cómo podía abrirse un resquicio en el armazón del mal, en la conciencia de Carlos, el caníbal?… Esa fue la pregunta que nos hicimos durante varias versiones del guión, hasta que encontramos una respuesta: la dualidad. La idea de puesta en escena que encarna el personaje de Alexandra/Nina, las dos hermanas gemelas, es la que hace posible que surja la duda, que sea creíble, y que se germine el amor, como antecedente del perdón. Porque Carlos se enfrenta a un fantasma, a alguien que ya ha matado, y por tanto se enfrenta a su espejo. Un espejo que refleja su ser.

El hecho de que Nina aparezca buscando a su hermana gemela resquebraja la conciencia del protagonista porque eleva la historia, y la transciende, más allá de su contenido realista. Todo se convierte en una metáfora. En un sueño. En un ajuste de cuentas con un fantasma. De repente, el relato realista nos remite a lo sobrenatural. Y el crimen se transforma en una historia de amor.

En definitiva Caníbal es un film noir pero, sobre todo, una historia romántica».