Cumplidos ya los 80, el cuaderno de baile del americano presenta más de 60 películas como actor y 32 como director. Amén de cuatro Oscar en el bolsillo. Un director que, muy especialmente en cada una de sus seis u ocho últimas entregas, –acaso con la excepción de Invictus que siendo digna no está al mismo nivel–, engrandece su talla; crece. Se ha especializado en ofrecernos platos fuertes extraordinariamente bien condimentados (Sin perdón, Mystic River, Million dollar baby, Cartas desde Iwo Jima, Gran Torino…). Diferentes entre sí, arriesgados, sabrosos.
Con la muerte no se juega
En Más allá de la vida, su más reciente apuesta, Clint Eastwood se atreve con la muerte. La encara sin complejos y sale más que airoso en el complejo trance de abordarla e intentar vislumbrar que ocurre en el después.
No son pocos los que lo intentaron antes fracasando en el envite. Ya por lo resbaladizo del asunto. Ya por el morbo en el tono y el tratamiento, o el desconcierto, o la truculencia. Ya porque el dramón dominó o se impuso el azúcar, que ha acabado por transformar en pastel empalagoso tantas cintas sobre el tema. En fin… con la muerte no se juega.
Pero si, además, hablamos de encuentros en el más allá, de médiums, de comunicación entre los que andamos todavía por aquí y los que ya están del otro lado, el riesgo se multiplica y la zancadilla del ridículo amenaza y acaba por derribar casi todos los intentos.
No es el caso de Eastwood, que con esos arriesgados mimbres entreteje las historias de tres personas que en escenarios alejados, –París, San Francisco y Londres–, se asoman, cada cual a su modo, al abismo insondable del más allá.
Brutal el arranque. Morimos casi, arrastrados por la ola devastadora del tsunami (el que en 2004 asoló las costas del Índico) que instala la muerte en la pantalla. Ahí empieza todo. A través de una larga escena de apabullante verosimilitud, Eastwood nos sitúa en el límite. A los cinco minutos de proyección el espectador tiene que tomar aire para poder seguir.
Vendrán después las vivencias cruzadas de un obrero estadounidense capaz de comunicarse con personas que abandonaron el mundo sin tener la posibilidad de despedirse de sus seres queridos; de una periodista francesa que a punto de extinguirse bajo aquella gran ola se asoma fugazmente al otro lado, y de un niño londinense que no acepta la pérdida de su hermano gemelo y busca, con conmovedora perseverancia, alguna explicación, respuestas que le consuelen.
Sutileza
Complejos escenarios. Sencillo despeñarse. Pero el ojo del octogenario director gana cada día sutileza y sin hacerle ascos al filo de la navaja, sin eludir la delgada línea que separa, al encarar ciertos temas, el acierto del trompazo, transmite a cada vuelta de manivela mayor seguridad y naturalidad.
Lo logra con creces en este Más allá de la vida que tiene apoyo decisivo en el absorbente y contenido guión de Peter Morgan (aquel que escribiera La reina, El desafío o Frost contra Nixon).
Nadie está diciendo que la película sea perfecta. Matt Damon, acaso atrapado por la trascendencia del tema, muestra afectación en algunas secuencias y no está a la altura de Cécile de France y, sobre todo, de Bryce Dallas Howard que en un papel de no más de diez minutos nos mete en el corazón la congoja de la soledad.
Por poner algún pero, –aunque seguramente injusto–, también podría hablarse de una cierta tendencia del director a perfilar en exceso algunos personajes secundarios y a un punto de solemnidad artificial en algunas secuencias. Pero nada de eso va en detrimento de un conjunto que sale más que airoso de una arriesgadísima aventura: aquella que separa el ser-estar por el adiós-se acabó. Aquella que se adentra sin complejos en el resbaladizo ámbito de lo sobrenatural. Aquella, en suma, que intenta desde nuestra pequeñez e ignorancia atisbar qué o quien nos espera después de la muerte.
Más allá de la vida
Director: Clint Eastwood
Intérpretes: Matt Damon. Cécile de France. Bryce Dallas Howard. Frankie y George McClaren
Guión: Peter Morgan
EE.UU. / 2010 / 129 minutos