Es el año 1999 y Tao, una joven de Fenyang, una pequeña ciudad de la provincia china de Shanxi, tiene el corazón dividido entre Zhang, dueño de una gasolinera con un futuro prometedor, y Liangzi, trabajador de una mina de carbón. La joven se siente obligada a tomar una decisión. En el momento resulta difícil prever sus consecuencias, así que Jia nos invita a avanzar unos años más tarde para comparar ambos momentos y veamos qué rumbo ha tomado todo.
El aclamado realizador chino ha contado que parte del origen de la película pasa por preguntarse si sería capaz de reanudar la relación con el que era diez años antes, diez años en los que uno cambia considerablemente. La experiencia acumulada sobre los hombros permite, en el momento perfecto de madurez, echar un vistazo al pasado para sopesar el camino recorrido, hacer un análisis del presente y encarar el futuro con una intuición medianamente segura.
Tres épocas
Tres épocas conforman los tres actos de Más allá de las montañas, matizado cada uno de ellos con tres formatos de imagen propios del año que inmortalizan. Así, 1999 se representa con el cuadrado 1,33, 2014 es retratado con el habitual ancho del 1,85 y el año 2025 luce espectacular con el marco panorámico del escope. Esta jugada, que ya hemos visto en películas como El Gran Hotel Budapest, sirve además a Jia para hacer un símil con la paulatina apertura que ha ido viviendo China a lo largo de las décadas y la amplitud mental (o sencillamente el paso del tiempo y la pérdida de referencias) que experimentan algunos de sus personajes.
Hace aquí Jia Zhang-ke la que quizá sea su película más asequible para el público, no por ello desdeñable. El director de las muy recomendables Un toque de violencia y Naturaleza muerta se mete de lleno en un drama donde los sentimientos cobran una importancia capital y consigue evitar el melodrama que se le podía haber venido encima. Se nota el callo de un director curtido en los retratos difíciles.
La épica de vivir
Es curioso el inserto de la versión de Go West que los Pet Shop Boys popularizaron en los noventa. Una canción recurrente para el cierre de fiestas sirve aquí, además de para insuflar júbilo al espectador, para hablar de esa idea de viajar al Oeste como forma de evasión. El Oeste como concepto abstracto, no necesariamente geográfico, que materializa un futuro dorado, las ansias por que algo mejor suceda. Un Oeste que en Más allá de las montañas se representa con Australia, situada irónicamente al este de China.
Este viaje a Australia sirve a Jia para seguir abordando los vínculos afectivos a través de los conflictos que las barreras idiomáticas suponen. Un padre de mentalidad arcaica que es incapaz de entenderse en mandarín con un hijo de horizontes expandidos y mirada puesta en el progreso que teme abrazar sus raíces y permanece en la zona de confort del inglés.
Tiene Más allá de las montañas la sencillez de esas películas enmarcadas en lo que se ha venido a llamar slice of life («trozo de vida»), esas historias que aparentemente sólo están poniendo en imágenes momentos puntuales de una vida y, en el fondo, están hablando de asuntos importantes. Películas con una narración prolongada a lo largo de los años como Boyhood (Momentos de una vida) y la de Jia acaban, además, dejando en el espectador la certeza de que, al final, lo más épico que nos puede suceder en la vida es la vida en sí misma.
Dirección y guion: Jia Zhang-ke
Intérpretes: Zhao Tao, Zhang Yi, Liang Jing-dong, Dong Zi-jang, Sylvia Chang
Música: Yoshihiro Hanno
Fotografía: Yu Lik-wai
Montaje: Matthieu Laclau
China, Francia, Japón / 2015 / 131 minutos