No existe la familia perfecta

Nápoles, principios de los años 80. Aldo (Luigi Lo Cascio), conocido locutor de radio, y Vanda (Alba Rohrwacher llena cada plano de una verdad apabullante) están a punto de separarse después de que él, tras una noche de fiesta, confiese que tiene una aventura con otra mujer. Ella le obliga a dejar el hogar en el que viven con sus dos hijos, Anna y Sandro, que se ven envueltos en un torbellino de sentimientos del que nadie parece salir indemne.

Pero hay lazos muy difíciles de romper y a medida que pasa el tiempo crece en Vanda el deseo de recuperar lo perdido y lo perdido también se llama Aldo. Sin desvelar nada más de la trama, conviene saber para fidelidad con la historia que treinta años después de la primera ruptura, la pareja sigue, a su modo, unida. Porque a menudo los lazos que unen a las personas no desaparecen, ni siquiera cuando ya no hay amor.

En esta segunda parte, tres décadas más tarde y ya como ancianos resentidos y de vuelta de casi todo, encarna a Aldo el actor Silvio Orlando y a Vanda una siempre potente Laura Morante.

Fuerzas secretas

“Es una historia sobre las fuerzas secretas que unen a las personas”, puntualiza el realizador, que asume que las relaciones humanas son la fuerza motriz de su cine. “Creo que la familia es una de las llaves para poder entender Italia, un país que no cree mucho en el Estado, ni siquiera en el dinero ni en la religión, pero sí, y de un modo profundo, en la familia. Por eso tenemos terror a las separaciones matrimoniales pues nos resulta extremadamente difícil renunciar a tu mujer y a tus hijos. Porque dejar de amar a alguien no significa liberarse de la búsqueda de su complicidad y aprobación”.

Lazos, que inauguró el Festival de Venecia de 2020 con la participación en el guion del novelista Domenico Starnone, tiene su punto desconcertante, acaso como reflejo de lo desconcertantes que pueden llegar a ser las relaciones de los seres humanos en las que la duda, la incertidumbre, la culpa, el miedo y los atavismos pueden jugar papel protagonista.

Todo ello queda interesante y comedidamente reflejado en una película que contó como guionista con la participación del propio autor de la novela de la que parte y que, como apostilla su director, habla del daño que provoca el amor cuando nos hace cambiar de rumbo y, sobre todo, de la herida que abre cuando nos abandona.