Más allá de su labor como actor, la de Nicholson es un vida con mucho material inflamable. Ahí está el impacto de enterarse de mayor que su hermana era realmente su madre y la que tenía por madre, su abuela. O su acreditada adicción a las fiestas y las drogas: aficionado al LSD, descubrió feliz el valor de la cocaína para retrasar la eyaculación precoz que desde joven tanto le había atormentado. O esos 17 años de relación en forma de montaña rusa que tuvo con Anjelica Huston.

Nadie le volvió más loco que ella pero la Huston era digna hija de su padre, fue ganando confianza en su talento como actriz y no estaba dispuesta a esperarle en casa haciendo punto de cruz. “Él –escribe Eliot– podía pasearse por toda Europa con Michael Douglas follándose todo lo que se moviera pero al enterarse de lo de Anjelica con Ryan O’Neal se sintió herido: un claro indicio de cómo veía él su relación. Se suponía que en cierto sentido, ella debía ser una madre paciente para que él pudiera ser el eterno chico malo. Sin embargo, Anjelica no estaba dispuesta a continuar con ese juego”.

Como le sucediera a la mayoría de actores de su generación, el ídolo de juventud de Nicholson fue Marlon Brando. Acabará descubriendo apenado el lado más insufrible del divo cuando trabajen juntos (Missouri, 1976). Fue uno de sus modelos; tuvo más fuera de la interpretación, unos más obvios (John Huston), otros menos (Albert Camus).

Su aterrizaje en Hollywood desde New Jersey no resultó fácil. Empezó en la Metro Goldwyn Mayer separando alfabéticamente el correo de los admiradores de Tom y Jerry. Tardó en poder hablar a sus héroes de tú a tú. La sonrisa, el carisma y el magnetismo estaban ahí desde el principio pero no acababa de llegar el imprescindible golpe de suerte. Este llegó cuando, ya resignado, se había sacado el billete de vuelta. Aparte de ese atractivo innato, otros vértices de su personalidad son un comportamiento alérgico a las responsabilidades de la edad adulta (que le impide perderse una fiesta o casarse) y una más que sólida lealtad a los amigos, sobre todo a los que le ayudaron al principio.

Entre esos nombres providenciales, ninguno como el del director Roger Corman, que le fue dando en los años sesenta papelitos en películas como La tienda de los horrores, Ángeles del infierno sobre ruedas o La matanza del día de San Valentín… Esa década se cierra con la cinta que le colocó en el mapa de las estrellas: la película de moteros Easy Rider (1969) de Dennis Hopper. Es por fin el nuevo chico de oro de Hollywood. Desde entonces ya pudo hacer lo que más le gusta fuera de los platós: comprar cuadros de Picasso, Modigliani o Matisse, conquistar mujeres bonitas y disfrutar de los partidos de Los Angeles Lakers a pie de cancha.

Tres premios Óscar

Su carrera empezó a acumular buenas películas (Mi vida es mi vida, Conocimiento carnal) para hacer cima con Chinatown (1974), una de las obras maestras incontestables de Roman Polanski, gracias en buena medida a un guión de oro Robert Towne, una banda sonora de muchos quilates cortesía de Jerry Goldsmith y, sobre todo, una interpretación soberbia de Nicholson como detective especializado en divorcios en Los Ángeles de los años treinta.

El siguiente mojón en el camino llegó unos meses después con el papel de Randle McMurphy, el tipo listo que elude la prisión haciéndose pasar por un desequilibrado mental. Alguien voló sobre el nido de cuco (1975) le supuso el primero de sus tres premios Óscar. Se preparó a conciencia: socializó en un hospital psiquiátrico con los pacientes más perturbados, entre ellos algún asesino en serie; quería ver cómo les administraban los temibles electroshocks. El rodaje debió de ser –nunca mejor dicho– una casa de locos: parece ser que a Nicholson le costaba quitarse de encima el personaje durante los descansos y que esa actitud tuvo un efecto contagioso en el resto de actores.

Ya en los ochenta no tuvo que investigar tanto para el papel del lujurioso Frank Chambers en la segunda versión de El cartero siempre llama dos veces (1981). Lo aclara su biógrafo cuando cuenta que al igual que Jack el personaje “sentía debilidad por las mujeres jóvenes y hermosas y por follar sobre las mesas de las cocinas”. Un año antes había rodado El resplandor (1980), poniendo cara a Jack Torrance, icono definitivo del cine de terror, salido de la imaginación de Stephen King y llevado a la pantalla por Stanley Kubrick.

Fueron sus mejores años: premiaron con un Óscar la química maravillosa que desprendía su historia con Shirley MacLaine en La fuerza del cariño (1983), brilló a gran altura bajo la dirección de su adorado John Huston en El honor de los Prizzi (1985), se forró como un diablo cachondo en manos de Las brujas de Eastwick (1987) y se lo pasó bomba encarnando a Joker en el Batman (1989) de Tim Burton. En La fuerza del cariño, todos, incluido él, descubrimos que tenía un enorme potencial cómico que perfeccionaría años después con el mismo director –James L. Brooks– en Mejor… imposible (1997), agenciándose su tercera estatuilla dorada en la piel del mayor maniático de la historia del cine.

En los noventa mantuvo el ritmo de trabajo pero ya no llegaban a casa tantos papeles a su medida. Las excepciones fueron los trabajos que hizo para Rob Reiner (Algunos hombres buenos, 1992), Mike Nichols (Lobo, 1996) o Sean Penn (Cruzando la oscuridad, 1995). Tim Burton le dio la oportunidad de seguir haciendo el gamberro como presidente de Estados Unidos asesinado por los marcianos en Mars Attacks (1996). En Infiltrados (2006) proporcionó a Martin Scorsese las dosis de violencia solicitadas y en Cuando menos te lo esperas (2003) corrió el riesgo de crear un personaje-franquicia al estilo del que concibió el Robert De Niro comediante a partir de Una terapia peligrosa (1999). Realmente el último papel a la altura de su tragicómico talento se lo puso en bandeja hace ya quince años Alexander Payne en A propósito de Schmidt (2002). Nicholson sabía que el personaje del viudo y perdido Warren Schmidt era un regalo para cualquier actor de su edad y no lo dejó escapar.

¿Eran Clint Eastwood o John Wayne tan duros en la vida real como en las películas? Los espectadores tendemos a creer que sí y ellos siempre alimentaron esa imagen en el grueso de su filmografía. Otro tanto sucede con un crápula adorable como Nicholson. Nuestro canalla favorito.

Jack Nicholson.Jack Nicholson. La biografía
Marc Eliot
Traducción: Teresa Arijón
Lumen
496 páginas
23,90 euros