Como ahora de casi todo algo de culpa tienen las redes sociales, pues podemos escribir que en la era de TikTok el cerebro no tolera unos títulos de crédito que superen los diez o doce segundos. Da igual que marquen el tono, que sean informativos, que nos hagan salivar, que dispongan de la canción exacta (¿de verdad Woke Up This Morning tuvo vida propia los dos años previos al estreno de Los Soprano?)… Da igual: no hay tiempo que perder. Que nadie se lleve las manos a la cabeza cuando nos sonden, tengamos o no vejiga hiperactiva, en aras siempre de nuestra comodidad.
Antes de que Facebook fuera siquiera una intuición, mucho antes de que un estudiante de Harvard le viera posibilidades a semejante idea, internet ya había empezado a ponernos demasiado fáciles las cosas. Un ejemplo: no era necesaria ninguna encuesta para saber que los consumidores del cine X no buscaban engancharse a una trama pero, en fin, tampoco te estallaba la cabeza si los personajes dialogaban un poco, había cierta progresión en la historia, esmero en el vestuario… ¡Eso sí que es la extinción de un género y no lo del western o el musical! De haber tenido conexiones de banda ancha unas décadas antes, no se habrían rodado clásicos como Cualquiera, excepto mi marido o El diablo en la señorita Jones. El fin de la dosis mínima de paciencia ante una pantalla empezó aquí. Cinematográficamente los prolegómenos o los preliminares de la faena sexual eran tan importantes que uno oía o leía “lo mejor son los prolegómenos” y sabía de qué iba la vaina sin necesidad de más contexto. ¿En qué momento esa frase hecha perdió el sentido? Puede que, como decía la canción, el video no matara a la estrella de la radio pero internet se llevó por delante el sexo explícito rodado con guion.
Hay manifestaciones en las calles por cosas mucho menos relevantes que esta tendencia atroz a que nos ayuden a no perder ni un segundo de nuestro tiempo. Por si esto fuera poco, los créditos iniciales son vitales para chapotear en la nostalgia porque, pasado un tiempo considerable, será lo que mejor recordemos más allá de la calidad o la antigüedad de la serie; pasa con la melodía inicial que se inventó el gran Carmelo Bernaola para Verano azul y con las diferentes versiones que David Simon fue utilizando, en cada temporada de The Wire, del Way down in the hole de Tom Waits. Yo ya no recuerdo ni una escena de Falcon Crest pero sí las vistas áreas de los chalecitos de los protagonistas entre acres infinitas de viñedos californianos mientras nos iban presentando a los personajes.
Lo sé. Alguien dirá que basta con no apretar al botón cuando te ofrecen Omitir introducción. Claro, también se puede sustituir el coche por el caminito a pie para ir al trabajo si la distancia es razonable y saludable, y no se hace. Protestemos antes de que sea demasiado tarde.