A menudo se habla de películas que parecen diseñadas para ganar premios. Puede que el asunto les suene. En el año en el que David Fincher estrenaba La red social, ¿qué llevó a los académicos a darle el Óscar a El discurso del rey? Más allá del debate sobre qué película tenía más calidad, lo importante es que la de Tom Hooper accionó los mecanismos adecuados para hacerse con el premio. ¿Esto es malo? Sólo en un caso: si se nota.
Repasemos un momento lo que ofrece Yo, él y Raquel: un chico en su último año de instituto trata de ser invisible para evitar problemas mientras hace homenajes caseros a clásicos del cine junto a un amigo y es obligado a alegrarle los días a una chica con leucemia. «¿Otra vez un marginado sarcástico de buen corazón en una película tierna?», se preguntarán. La respuesta es sí, pero el resultado es más satisfactorio de lo que quizá piensen.
Ironía, surrealismo y cine clásico
Para empezar, Yo, él y Raquel se basa en la novela Un final para Rachel, de Jesse Andrews, que firma la adaptación del texto. Dejando a un lado el reparo de traducir en España el título original (Me and Earl and the dying girl), quizá por aquello de nombrar a una «chica moribunda», Andrews decide partir con una declaración de intenciones en la que el propio protagonista asegura que no vamos a ver una de esas historias sobre pasar de la infancia a la madurez descubriendo el sentido de la vida a través de reveladoras sentencias. Aunque, por supuesto, algo trata de enseñarnos, es un detalle destensar.
La película de Alfonso Gómez-Rejón nos va ganando poco a poco gracias al universo que presenta, una versión caricaturesca del instituto y la familia poblada por personajes extravagantes (desde el padre aficionado a la gastronomía extraña hasta el profesor que parece salido de un combate de lucha libre). Tal universo pone en bandeja un humor que va de lo irónico a lo surrealista, uno de sus grandes aciertos.
Y es que Yo, él y Raquel es muy divertida. Por si fuera poco, da la puntilla con un truco infalible: homenajear al cine clásico. ¿Recuerdan las desternillantes películas caseras de Jack Black y Mos Def en Rebobine, por favor? Súmenle una reinterpretación paródica con juegos de palabras con los títulos y un especial amor por los autores europeos (de Truffaut a Herzog, Fellini, Godard, Bergman, Murnau…). Demostrar amor por el cine es la mejor manera de apelar a los sentimientos del espectador cinéfilo.
Amistad, por fin
Pero la que quizá sea la mejor virtud de Yo, él y Raquel es que, por mucho que una historia protagonizada por un chico y una chica parezca llevar inevitablemente a ello, no se trata de una historia de amor. La película nos describe con humor, naturalidad y sensibilidad la amistad (¡por fin!) entre un chico y una chica. El resultado final habría perdido demasiado si el guión se hubiera desviado de un modo innecesario para mostrarnos el sufrimiento amoroso de sus protagonistas.
Al final, la película hace reír y emociona hasta los tuétanos. ¿Juega con clichés? Por supuesto, pero de un modo tan eficaz que no se le puede criticar por ello. Su reflexión sobre la amistad y la elección de caminos vitales ya nos la sabemos, pero se agradece que el envoltorio sea tan satisfactorio. Puede que se le noten algunas costuras, pero el traje sienta como un guante.
Dirección: Alfonso Gómez-Rejón
Guión: Jesse Andrews (Basado en su novela Un final para Rachel)
Intérpretes: Thomas Mann, Olivia Cooke, RJ Cyler, Nick Offerman, Connie Britton, Molly Shannon, Jon Bernthal, Katherine C. Hughes
Música: Brian Eno, Nico Muhly
Fotografía: Chung-hoon Chung
Estados Unidos / 2015 / 105 minutos